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MI FUNCION EN EL CONCILIO - Pido  perdón si comienzo con algunas circunstancias personales, pero lo he  considerado necesario para una mejor comprensión del tema que debo  abordar. Fui profesor de Derecho Canónico e Historia de las leyes de la  Iglesia en la Universidad Salesiana y, durante 8 años, desde 1958 a  1966, su Rector. Como tal actué como consultor de la Sagrada  Congregación para los Seminarios y Universidades y, desde las tareas  preparatorias para la implementación de los reglamentos conciliares,  como miembro de la Comisión Conciliar dirigida por ese dicasterio.  Además, fui nombrado perito de la Comisión para el Clero.
 Poco antes del comienzo del  Concilio, el Cardenal Larraona, de quien yo había sido alumno en la  Laterana y que había sido nombrado prefecto de la Comisión Conciliar  para la Liturgia, me llamó para decirme que había sugerido mi nombre  para perito de esa Comisión. Objeté que ya me hallaba comprometido para  otras dos, como perito conciliar, sobre todo para la de seminarios y  universidades.
Pero él insistió en que un  canonista debía participar debido a la significación del derecho  canónico en los requerimientos de la liturgia. Por lo tanto, y asumiendo  una obligación que no había buscado, viví la experiencia del Vaticano  II desde el principio.
 En general, la liturgia había  sido colocada como el primer tópico en el orden de los temas a tratarse.  Fui nombrado en una subcomisión que debía considerar los modi de  los primeros tres capítulos y tenía también que preparar los textos que  se llevarían al recinto conciliar para discusión y votación. Esta  Subcomisión consistía de tres obispos –el Arzobispo Callewaert de  Gantes, como presidente, el Obispo Enciso Viana de Mallorca y, si no me  equivoco, el Obispo Pichler de Yugoslavia– y de tres peritos: el Obispo  Marimort, el claretiano español Padre Martínez de Antoñana y yo. Pude  conocer así, con claridad, los deseos de los Padres Conciliares así como  el sentido correcto de los textos que el Concilio votó y adoptó.
 EL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL  ROMANO. Podrá comprenderse mi asombro cuando comprobé que, de muchos  modos, la edición final del nuevo Misal Romano no se correspondía con  los textos Conciliares que yo conocía tan bien, y que contenía mucho que  ampliaba, cambiaba, y hasta iba directamente contra las provisiones  Conciliares. Como conocía con precisión todo el procedimiento del  Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y el proceso de los modi  hasta las repetidas votaciones que llevaban a las formulaciones  finales, como también los textos que incluían las regulaciones precisas  para la implementación de la reforma deseada, pueden ustedes imaginar mi  estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación, especialmente  con respecto a contradicciones específicas y cambios que necesariamente  tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al Cardenal  Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la  Congregación de los Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien  había renunciado a la prefectura de dicha congregación el 9 de enero de  ese año.
EL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL  ROMANO. Podrá comprenderse mi asombro cuando comprobé que, de muchos  modos, la edición final del nuevo Misal Romano no se correspondía con  los textos Conciliares que yo conocía tan bien, y que contenía mucho que  ampliaba, cambiaba, y hasta iba directamente contra las provisiones  Conciliares. Como conocía con precisión todo el procedimiento del  Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y el proceso de los modi  hasta las repetidas votaciones que llevaban a las formulaciones  finales, como también los textos que incluían las regulaciones precisas  para la implementación de la reforma deseada, pueden ustedes imaginar mi  estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación, especialmente  con respecto a contradicciones específicas y cambios que necesariamente  tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al Cardenal  Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la  Congregación de los Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien  había renunciado a la prefectura de dicha congregación el 9 de enero de  ese año.  
 Le solicité una audiencia en su  departamento, que me concedió el 19 de noviembre de 1969 (aquí quisiera  hacer notar, incidentalmente, que la fecha de la muerte del Cardenal Gut  aparece, repetidamente, adelantada un año en las memorias del Arzobispo  Bugnini : 8 de diciembre de 1969, en vez de la correcta, de 1970).
 Me recibió muy cordialmente, a  pesar de que estaba visiblemente muy enfermo, y pude, por así decirlo,  abrirle mi corazón. Me dejó hablar sin interrupción durante media hora, y  entonces me dijo que compartía plenamente mi preocupación. Enfatizó, de  todos modos, que la Congregación de los Ritos no tenía la culpa, ya que  el trabajo de reforma en su totalidad había sido efectuado por un Consilium,  que había sido nombrado por el Papa específicamente con ese fin, y para  el cual Pablo VI había elegido al Cardenal Lercaro como presidente y al  padre Bugnini como secretario. Este grupo trabajó bajo la supervisión  directa del Papa.
 He aquí que el padre Bugnini  había sido secretario de la Comisión Conciliar Preparatoria para la  Liturgia. Como su trabajo no había sido satisfactorio –había tenido  lugar bajo la dirección del Cardenal Gaetano Cicognani– no fue promovido  a secretario de la Comisión Conciliar. En su lugar fue nombrado Fray  Ferdinando Antonelli OFM (más tarde Cardenal). Un grupo organizado de  liturgistas hizo ver a Pablo VI esta postergación como una injusticia  hacia el P. Bugnini, y se las arreglaron para lograr que el nuevo Papa,  que era muy impresionable ante estos procederes, reparara la  "injusticia" nombrando al P. Bugnini secretario del nuevo Consilium  responsable de implementar la reforma.
 Estos dos nombramientos, del  Cardenal Lercaro y del P. Bugnini, para lugares clave en el Consilium,  hicieron posible que se oyeran voces que no habían sido oídas durante  el proceso del Concilio y, de la misma manera, se silenciaran otras que  sí lo habían sido. Además, el trabajo del Consilium se llevó a  cabo en áreas de trabajo inaccesibles a quienes no fueran miembros del  mismo.
Con el fin de establecer la  coincidencia o la contradicción entre las reglamentaciones del Concilio y  la reforma tal cual fue llevada a cabo, veamos brevemente las  instrucciones Conciliares más importantes relativas al trabajo de  reforma.
 Las instrucciones generales, que  conciernen sobre todo a los fundamentos teológicos, están contenidas  principalmente en el artículo 2 de Sacrosantum Concilium.  Aquí se establecen primeramente la naturaleza terreno-celestial de la  Iglesia, su Misterio, tal como la liturgia debería expresarlo: todo lo  humano debe estar ordenado y subordinado a lo divino; lo visible a lo  invisible; lo activo a lo contemplativo; el presente a la futura Ciudad  de Dios que buscamos. De acuerdo con esto, la renovación de la liturgia  debe ir de la mano con el desarrollo y la renovación del concepto de  Iglesia.
 El artículo 21 deja asentada la  condición previa para cualquier reforma litúrgica: que hay en la  liturgia una parte inmutable, pues fue decretada por Dios, y partes que  pueden ser cambiadas, o sea aquellas que se introdujeron en el curso del  tiempo en forma impropia o han probado ser menos apropiadas. Los textos  y los ritos deben corresponderse con la orden establecida en el  artículo 2, y por esto pueden ser mejor entendidos y mejor  experimentados por el pueblo. En el artículo 23 aparecen sobre todo  guías prácticas que deben ser seguidas para lograr la correcta relación  entre tradición y progreso. Debe emprenderse una precisa investigación  teológica, histórica y pastoral; además, se deben considerar las leyes  generales de la estructura y del sentido de la liturgia, y la  experiencia derivada de las reformas litúrgicas más recientes. Luego, se  deja establecido como norma general que la innovación se puede  introducir solamente si un genuino beneficio para la Iglesia lo demanda.  Finalmente, las nuevas formas deben surgir orgánicamente de aquellas ya  existentes.
 Conviene señalar las normas  prácticas para la tarea de la reforma que surgen de la naturaleza  didáctica y pastoral de la liturgia. De acuerdo con el artículo 33, la  liturgia es principalmente el culto a la majestad de Dios, por el cual  los creyentes entran en relación con Él por medio de signos visibles que  la liturgia usa para expresar realidades invisibles, signos que fueron  elegidos por Cristo mismo o por la Iglesia. Hay aquí un eco vibrante de  lo que el Concilio de Trento ya recomendaba con el fin de proteger su  patrimonio del vacío racionalista e insípido del culto protestante,  patrimonio que el Santo Padre en sus escritos a las iglesias orientales  ha caracterizado como su tesoro especial. Este "tesoro especial" también  merece
 El Concilio pidió,  una y otra vez, que la reforma se
El Concilio pidió,  una y otra vez, que la reforma se  
adhiriera a la  tradición. Todas las reformas, a excepción de la post-conciliar,  observaron esta regla básica
ser una fuente de alimento para la  Iglesia Católica. Se distingue por ser rico en simbolismo, proveyendo  de esa manera educación didáctica pastoral y enriquecimiento, haciéndolo  especialmente adecuado hasta para la gente más sencilla. 
 Cuando consideramos que las  iglesias Ortodoxas –a pesar de su separación de la roca de la Iglesia– a  través de la expresión simbólica y el desarrollo teológico que  continuamente se incorporaron a su liturgia han preservado las creencias  correctas y los sacramentos, toda reforma litúrgica católica debería  más bien aumentar la riqueza simbólica de su forma de culto en vez de  disminuirla –a veces hasta drásticamente–.
 En lo que concierne a las guías  prácticas para partes específicas de la liturgia –sobre todo para lo  central, el sacrificio de la Misa– es suficiente concentrarse en unos  pocos puntos especialmente significativos para la reforma del Ordo  Missae.
 Para ello, deben enfatizarse  especialmente dos directivas Conciliares. En el artículo 50 se da,  primeramente, la directiva de que en la reforma debe manifestarse más  claramente la naturaleza intrínseca de las varias partes de la Misa y la  conexión entre ellas con el fin de facilitar la activa y devota  participación de los fieles.
 Como consecuencia, se enfatiza  que los ritos deben ser simplificados pero manteniendo al mismo tiempo  fielmente su sustancia, y que ciertos elementos que habían sido  duplicados en el curso de los siglos o agregados de manera no  especialmente oportuna, debían ser nuevamente eliminados; mientras que  otros, que habían sido perdidos con el paso del tiempo, serían  restaurados en armonía con los padres Conciliares hasta donde pareciera  apropiado o necesario.
 EL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN  EL SILENCIO. En lo que concierne a la participación de los fieles, los  varios elementos de compromiso exterior están indicados en el artículo  30, con énfasis especial en el silencio necesario en los momentos  debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en el artículo 48, con  una nota especial sobre la participación interior, a través de la cual  la adoración a Dios y la obtención de la Gracia, juntamente con el  sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes, logra sus  frutos.
EL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN  EL SILENCIO. En lo que concierne a la participación de los fieles, los  varios elementos de compromiso exterior están indicados en el artículo  30, con énfasis especial en el silencio necesario en los momentos  debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en el artículo 48, con  una nota especial sobre la participación interior, a través de la cual  la adoración a Dios y la obtención de la Gracia, juntamente con el  sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes, logra sus  frutos. 
EL LENGUAJE LITÚRGICO. El Artículo  36 habla del lenguaje litúrgico en general, y el artículo 54 de los  casos particulares de la Misa. Luego de una discusión que duró varios  días, en la cual se discutieron los argumentos a favor y en contra, los  padres Conciliares llegaron a la clara conclusión – en total acuerdo con  el Con-cilio de Trento– de que el Latín debía ser mantenido como la  lengua del culto para el rito Latino, aunque eran posibles y aún  bienvenidos los casos excepcionales. Volveremos sobre este punto en  detalle. 
EL CANTO GREGORIANO. El artículo  116 habla extensamente sobre el canto gregoriano, haciendo notar que  éste ha sido el canto clásico de la liturgia católica desde el tiempo de  Gregorio el Grande, y que como tal debe ser mantenido. La música  polifónica también merece atención y estudio. Los demás artículos del  capitulo VI, sobre música sacra, hablan del canto y la música apropiados  para la Iglesia y la liturgia, y enfatiza espléndidamente el  importante, ciertamente fundamental, papel del órgano en la liturgia  Católica.
 El artículo 107 analiza la  reforma del año litúrgico, poniendo énfasis en la afirmación o  reintroducción de los elementos tradicionales y reteniendo su carácter  específico. Se enfatiza particularmente la importancia de las fiestas  del Señor y en general del Propium de tempore en la secuencia  anual, en el cual algunas fiestas sagradas debían dejar su lugar para  que la completa efectividad de la celebración de los misterios de la  redención no fuera menoscabada.
 Por cierto que estas menciones  sobre la reforma litúrgica a la luz de la Constitución para la Liturgia  no son completas en lo que concierne a los distintos temas considerados  ni a cómo fueron tratados. Seleccionaré muchos y variados ejemplos que  parecen necesarios para llegar a una conclusión convincente.
 La Iglesia y la liturgia crecen y  se desarrollan juntas, pero siempre de modo que lo terreno se organice  en torno a lo celestial. La misa viene de Cristo; fue adoptada por los  apóstoles y sus sucesores como también por los Padres de la Iglesia. Se  desarrolló orgánicamente con el mantenimiento consciente de su  substancia. La liturgia se desarrolló conforme a la Fe que está  contenida en ella; por esto podemos decir con el Papa Celestino I, en  sus escritos a los obispos Galicanos en el año 422: Legem credendi  lex statuit supplicandi: la liturgia contiene y, en  formas adecuadas y comprensibles, expresa la Fe. En este sentido, el  contenido de la liturgia participa del contenido de la Fe misma y,  ciertamente, contribuye a protegerla. Nunca se ha visto, entonces, en  ninguno de los ritos cristianos católicos, una ruptura, una creación  radicalmente nueva – a excepción de la reforma post-conciliar. Pero el  Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se adhiriera a la  tradición. Todas las reformas, comenzando con Gregorio I, a lo largo de  la Edad Media, durante el ingreso a la Iglesia de los pueblos más  dispares con sus variadas costumbres, observaron esta regla básica.
Esta es, incidentalmente, una  característica de todas las religiones, incluidas las no reveladas, que  prueba que un apego a la tradición es común a todo culto religioso, y  por lo tanto es algo natural.
No es sorprendente, por lo tanto,  que cada brote herético de la Iglesia Católica haya generado una  revolución litúrgica, como es claramente reconocible en el caso de los  protestantes y anglicanos; mientras que las reformas efectuadas por los  papas y particularmente estimuladas por el Concilio de Trento y llevadas  adelante por el Papa San Pío V, como de las de San Pío X, Pío XII y  Juan XXIII, no fueron revoluciones, sino meramente correcciones  insignificantes, alineamientos y enriquecimientos. No debía introducirse  nada nuevo, como el Concilio dice expresamente refiriéndose a la  reforma deseada por los Padres Conciliares, salvo que lo demandara el  bien genuino de la Iglesia.
MULTIPLICIDAD PRÁCTICAMENTE  ILIMITADA. Hay varios ejemplos de lo que la reforma post-conciliar de  hecho produjo, sobre todo, en su mismo corazón, el radicalmente nuevo Ordo  Missae. El nuevo introito de la Misa asegura un lugar destacado a  muchas variantes, y por medio de posteriores concesiones a la  imaginación de los celebrantes con sus comunidades, ha ido llevando a  una multiplicidad prácticamente ilimitada. De cerca le sigue el  Leccionario, al cual volveremos en conexión con otro asunto.
EL OFERTORIO, UNA REVOLUCIÓN.  Luego de esto viene el Ofertorio, el cual, en sus textos y contenido,  representa una revolución. Ya no aparece como el antecedente del  sacrificio sino, solamente, como una preparación de los dones, con  sentido evidentemente humanizado, lo que nos impresiona como artificioso  del principio al fin. En Italia fue llamado el sacrificio de los coltivatori  diretti, esto es, de la poca gente que aún cultiva personalmente  sus pequeñas parcelas de tierra, mayormente antes y después de su  ocupación principal. Debido a los grandes medios técnicos a disposición  de la agricultura, que hoy sólo se pueden obtener por vía de la  industria, para la producción del pan se utiliza muy poco trabajo del  hombre. Desde la arada hasta la cosecha de la cual proceden los granos  de trigo son necesarias muy pocas manos humanas. La substitución de la  ofrenda de los dones para el sacrificio por realizarse es más bien un  desafortunado y anacrónico simbolismo que escasamente puede reemplazar  los varios elementos simbólicos genuinos que fueron suprimidos.
 Se hizo también tabula rasa  con los gestos altamente recomendados por el Concilio de Trento y  solicitados por el Concilio Vaticano II, como también muchas Señales de  la Cruz, besos al altar y genuflexiones. 
EL SACRIFICIO. El centro esencial,  la acción sacrifical en sí misma, sufrió un perceptible desvío hacia la  Comunión, habiendo sido el Sacrificio de la Misa en su totalidad  transformado en una comida Eucarística, mientras que en la conciencia de  los creyentes los componentes integrantes de la Comunión reemplazaron  al componente esencial del acto transformador del sacrificio. El  cardenal Ratzinger también ha determinado expresamente, en referencia a  las más modernas investigaciones dogmáticas y exegéticas, que es  teológicamente falso comparar la comida con la Eucaristía, lo que ocurre  prácticamente siempre en la nueva liturgia.
 Con esto el terreno queda  preparado para otro cambio esencial: en lugar del sacrificio ofrecido  por un sacerdote ungido como alter Christus viene la comida  comunitaria de los fieles convocados bajo la presidencia del sacerdote.  La intervención de los cardenales Ottaviani y Bacci persuadió al Papa de  trastocar la definición que confirmaba este cambio en el Sacrificio de  la Misa, por lo que fue ¨destruida¨ por orden de Pablo VI. La corrección  de la definición, de todos modos, no resultó en ningún cambio en el  propio Ordo Missae.
CELEBRACIÓN VERSUS POPULUM.  Estos cambio del corazón del Sacrificio de la Misa fueron confirmados y  estimulados por la celebración versus populum, una práctica que  anteriormente había sido prohibida y que era una marcha atrás de toda la  tradición de celebración hacia el Este, en la cual el sacerdote no era  la contraparte del pueblo sino más bien alguien que actuaba in  persona Christi, bajo el símbolo del sol naciendo en el Este.
LA FÓRMULA DE CONSAGRACIÓN DEL  VINO Y EL MISTERYUM FIDE. Es pertinente señalar un cambio muy  serio en la fórmula de la consagración del vino en la Sangre de Cristo:  las palabras Mysterium fidei fueron eliminadas, e insertadas  luego como una exclamación en conjunto con el pueblo, todo un golpe para  la "actuosa participatio".
  ¿Qué dice expresamente la investigación histórica que el Concilio ordenó  como previa a la realización de cualquier cambio? Que esas palabras  datan de las primeras tradiciones de la Iglesia Romana que nos son  conocidas, que nos fueron transmitidas por San Pedro. San Basilio, quien  a través de sus estudios en Atenas estaba ciertamente familiarizado con  la tradición occidental, dice a propósito de las fórmulas de todos los  sacramentos, que no habían sido escritas en las bien conocidas sagradas  escrituras de los apóstoles y sus sucesores y discípulos, con motivo de  la disciplina de secreto que entonces imperaba, por lo cual los más  sagrados misterios de la Iglesia no debían estar al alcance de los  paganos. Dice expresamente, como todos los testigos del cristianismo que  participan de la misma convicción, que además de las enseñanzas  escritas que nos fueron entregadas, tenemos otras que in mysteria  tradita sunt y que datan de la época de los apóstoles; dice que  ambas tienen el mismo valor y que nadie debe contradecir ninguna de las  dos. Como un ejemplo, cita expresamente las palabras por las cuales el  pan Eucarístico y el Cáliz de Salvación son consagrados. ¿Cuáles de los  santos nos las han entregado escritas?
Santo  Tomás dice que las palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina
Todos los  subsiguientes períodos de la historia testimonian expresamente sobre  esta herencia histórica en la fórmula de la Consagración Eucarística: el  sacramentario gelasiano –el misal más antiguo de la Iglesia Romana–  contiene en el códice vaticano en el texto original las palabras ¨mysterium  fidei", y no como una adición posterior.
La gente siempre se ha preguntado sobre el origen de  estas palabras. En 1202, Juan, arzobispo emérito de Lyons, preguntó al  papa Inocencio III, cuyos conocimientos litúrgicos eran bien conocidos,  si uno debía creer que las palabras del canon de la Misa que no  provienen de los evangelios fueron transmitidas por Cristo y los  apóstoles a sus sucesores. El Papa respondió en una larga carta de  Diciembre de ese año que debemos creer que estas palabras que no están  en los Evangelios fueron recibidas de Cristo por los apóstoles y de  ellos pasaron a sus sucesores. El hecho de que esta decretal (incluida  en la colección de cartas decretales de Inocencio III y que fueron  compiladas por Raimundo de Peñafort por orden del Papa Gregorio IX) no  fuera excluida como lo fueron otras, prueba el prolongado valor otorgado  a esta afirmación del gran Papa.
Santo Tomás habla largamente sobre este tema en la Summa  Theologiae III, q. 78,art. 3, que trata de las palabras de la  consagración del vino. Explicando la arcana necesaria disciplina de la  antigua Iglesia, dice que las palabras ¨mysterium fidei¨  vienen de tradición divina, que fue entregada a la Iglesia por los  apóstoles, haciendo especial referencia a 1 Cor. 10(11) -23 y a 1 Tim.  3-9. Un comentarista se refiere a DD Gousset en la edición de 1939 de  MARIETTI : ¨sarebbe un grandissimo errore sostituire un´altra forma  eucharistica a quella del Missale Romano ... di sopprimere ad esempio la  parola aeterni e quella mysterium fidei che abbiamo dalla tradizione¨.  También el Concilio de Florencia, en la bula de unión con los  Jacobitas, añade expresamente la fórmula de la consagración en la Santa  Misa, que la iglesia Romana ha usado siempre fundándose en la enseñanza y  autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo. 
Uno se extraña de la manera supremamente desdeñosa  con la que el Cardenal Lercaro y el P. Bugnini prescindieron de la  obligación de emprender una investigación histórica y teológica  detallada en el caso de un cambio tan fundamental. Si semejante cosa  tuvo lugar a este respecto, ¿cómo habrán cumplido esta obligación  fundamental antes de hacer otros cambios?
La Eucaristía no es sólo el misterio único de  nuestra fe, es también un misterio perdurable, del que siempre debemos  permanecer conscientes. Nuestra vida eucarística de todos los días  requiere un intermediario que abrace completamente este misterio – sobre  todo en la edad moderna, en la cual la autonomía y autoglorificación  del hombre moderno se resisten a todo concepto que vaya más allá del  conocimiento humano, que le recuerde sus limitaciones. Cada concepto  teológico se transforma para él en un problema, y la liturgia,  especialmente como soporte de la fe, se vuelve permanentemente objeto de  desmistificación, esto es, de humanizarla al punto de hacerla  absolutamente comprensible. Por esta razón, la desaparición de mysterium  fidei de la fórmula eucarística se convierte en un símbolo poderoso  de desmitologización, un símbolo de la humanización de lo central del  culto divino, la Santa Misa. 
ACTUOSA PARTICIPATIO. Con esto,  llegamos a varias falsas interpretaciones -e igualmente falsas  implementaciones- de una demanda central de los reformadores: una  ferviente, activa participación de los fieles en la celebración de la  Misa. El principal propósito de su participación es lo que el Concilio  dice expresamente: el culto a la majestad de Dios (esto no excluye la  posibilidad de que la participación también sea activada dentro de la  comunidad).
Sobre todo, esta actuosa participatio fue  solicitada como resultado de la apatía frecuentemente lamentada de los  que asistían a misa en el período preconciliar. Si de la misma resulta  un hablar y hacer sin fin, que permite a todos volverse activos en forma  del bullicio y animación que son propios de toda asamblea humana, hasta  los momentos más sagrados del encuentro eucarístico con el Dios-Hombre  se transforman en los más hablados y distraídos. El misticismo  contemplativo del encuentro con Dios y su culto, sin decir nada de la  reverencia que debería acompañarlo, muere instantáneamente: el elemento  humano mata al divino, y llena el alma de vacío y desilusión. 
EL IDIOMA DEL CULTO. Aquí se debe mencionar un punto  más, un decreto del Concilio no solamente mal entendido sino también  completamente negado: el idioma del culto. Estoy muy al tanto de  la discusión. Como experto en la comisión para los seminarios, me fue  confiada la cuestión de la lengua latina. Demostró ser breve y concisa, y  luego de larga discusión se la llevó a una forma que satisfacía los  deseos de todos los miembros y estaba lista para ser presentada en el  aula Conciliar. Entonces, en una inesperada solemnidad, el Papa Juan  XXIII firmó la Carta Apostólica Veterum Sapientiae  sobre el altar de San Pedro. De acuerdo a la opinión de la comisión,  eso hacía superflua la declaración del Concilio sobre el latín en la  Iglesia (en ese documento se pronunció no sólo sobre la relación entre  la lengua latina y la liturgia, sino sobre todas sus otras funciones en  la vida de la Iglesia.)
Mientras el tema de la lengua de culto era discutida  en el aula Conciliar durante varios días, seguí el proceso con gran  atención, como también las varias redacciones de la Constitución para la  Liturgia hasta la votación final. Aún recuerdo muy bien cómo luego de  varias propuestas radicales un obispo siciliano se puso de pie e imploró  a los padres que permitieran que la cautela y la razón reinaran en este  punto, porque de otro modo habría el peligro de que toda la Misa se  celebrara en la lengua del pueblo, lo provocó que toda el aula estallara  en sonoras risas.
Por lo tanto, nunca pude comprender cómo el  Arzobispo Bugnini pudo escribir, a propósito de la transición radical y  completa del latín prescripto al uso exclusivo de la lengua vulgar en el  culto, que el Concilio había dicho prácticamente que la lengua  vernácula en toda la Misa era una necesidad pastoral (op. cit., pp  108-121; estoy citando del la edición original italiana).
Por el contrario, puedo atestiguar el hecho que, de  acuerdo a la redacción de la Constitución Conciliar sobre esta cuestión,  tanto en la parte general (art. 36) como en las reglamentaciones  especiales para el Sacrificio de la Misa (art. 54) los padres  conciliares mantuvieron una acuerdo prácticamente unánime, sobre todo en  la votación final: 2152 votos a favor y sólo 4 en contra. En mi  investigación para el decreto conciliar sobre el idioma latino, caí en  cuenta de la opinión concurrente de la entera tradición: hasta el Papa  Juan XXIII, todos los esfuerzos en contrario encontraron una actitud  claramente contraria. Consideremos en particular la afirmación del  Concilio de Trento, sancionada con anatema, contra Lutero y el  Protestantismo, de Pío VI contra el Obispo Ricci y el Sínodo de Pistoya;  y del Papa Pío XI, que juzgó el lenguaje de culto de la Iglesia como "non  vulgaris ". Y aún esta tradición no es solamente una  cuestión de ritual, a pesar de que ése sea el aspecto enfatizado  siempre; más bien, es importante porque la lengua latina actúa como una  cortina reverente contra la profanación (en lugar de la iconostasis de  los orientales, detrás de la cual tiene lugar la anaphora) y por el  peligro de que, a través de la lengua vulgar, todo el acto de la Misa  pueda ser profanado, como de hecho ocurre hoy en día. La precisión de la  lengua latina, además, hace justicia a los contenidos didácticos y  doctrinales de la liturgia en forma única, protegiendo la verdad de la  ofuscación y la adulteración. Finalmente, la universalidad del latín  representa y sostiene la unidad de toda la Iglesia.
PRO MULTIS. Por su importancia  práctica, me gustaría adentrarme con ejemplos en las dos razones recién  mencionadas. Un buen amigo me hace enviar el Deutsche Tagepost  regularmente. Siempre leo la penúltima hoja, en la que el equipo  editorial, muy laudablemente, da a los lectores la oportunidad de  expresar puntos de vista opuestos en cartas al editor. Una serie  continua de dichas cartas se refería en detalle al "pro multis"  del texto latino de la consagración y con su traducción como "por  todos". Una y otra vez se referían a la filología, la que muchas veces  se transforma en el amo en lugar de ser meramente la ayudante de la  teología. Monseñor Johannes Wagner dice en su "Liturgiereformerinnerugen"  (1993) que los italianos fueron los primeros en introducir esta  traducción, a pesar de que él hubiera preferido la traducción literal de  "muchos". Desafortunadamente, nunca he visto recurrirse a un argumento  de primer orden contenido en el Catecismo Romano Tridentino, que es a la  vez teológicamente decisivo y pastoralmente de extrema importancia.  Allí la distinción teológica está claramente enfatizada: el "pro  omnibus" indica la fuerza que la Redención tiene "para todos". Si  uno toma en consideración, de todos modos, el fruto que resulta de esa  salvación a los hombres, la Sangre de Cristo no es efectiva para todos,  sino más bien para "muchos", esto es, para aquellos que aprovechan sus  beneficios. Es correcto entonces aquí no decir para "todos", puesto que  en este pasaje se habla solamente de los frutos del sufrimiento de  Cristo, que alcanzan sólo a los elegidos. Se puede aquí encontrar  aplicación para lo que el apóstol dijo en Heb. 9 : 28, que Cristo se  sacrificó una sola vez por los pecados de ¨muchos¨, y la distinción de  Cristo mismo : "Oro por ellos; no oro por el mundo, sino por aquellos  que Tú me diste, porque te pertenecen". Todas estas palabras de la  consagración contienen muchos secretos que los pastores deben reconocer a  través del estudio y con la ayuda de Dios. 
No es difícil ver aquí verdades pastorales de  extraordinaria importancia presentes en los contenidos dogmáticos de la  lengua de culto latina, que inconscientemente (o también  conscientemente) quedan cubiertos por una traducción impropia. 
UNA DESGRACIA PASTORAL. EL ABANDONO DEL LATÍN COMO  LENGUA DEL CULTO. Una segunda y más grande fuente de desgracia pastoral,  nuevamente contra la voluntad explícita del Concilio, resulta de  abandonar el latín como lengua de culto. El latín juega un rol de  lenguaje universal que unifica el culto público de la Iglesia sin  ofender ninguna lengua vernácula. 
Reviste mayor importancia hoy, en un tiempo en que el  desarrollo del concepto de Iglesia encandila a todo el Pueblo de Dios,  del único cuerpo Místico de Cristo, resaltado en otro lugar de la  reforma.
Al introducir el uso exclusivo de la lengua  vernácula, la reforma deja fuera de la unidad de la Iglesia a varias  pequeñas iglesias, separadas y aisladas. ¿Dónde está la posibilidad  pastoral para los católicos, a través de todo el mundo, de encontrar su  Misa, para vencer diferencias raciales a través de una lengua común de  culto, o por lo menos, en un mundo cada vez más pequeño, poder  simplemente rezar juntos, como lo pide explícitamente el  Concilio ?¿Donde está ahora la factibilidad pastoral de que un sacerdote  ejerza el acto más altamente sacerdotal –la Santa Misa–- en todas  partes, sobre todo en un mundo donde faltan sacerdotes?
Uno no puede sorprenderse cuando descubre que  en 
cada parroquia  parece regir un Ordo diferente
EL LECCIONARIO DE TRES AÑOS, UN CRIMEN CONTRA LA  NATURALEZA. En la Constitución Conciliar no se habla en ninguna parte de  la introducción de un leccionario de tres años. A través de esto la  comisión de reforma se hizo culpable de un crimen contra la naturaleza.  Un simple año calendario hubiera bastado para todos los deseos de  cambio. El Concilium pudo haberse mantenido dentro de un ciclo anual,  enriqueciendo las lecturas con tantas y tan variadas posibilidades de  elección como quisieran sin alterar el curso normal del año. En cambio,  fue destruido el viejo orden de lecturas, y fue introducido uno nuevo,  con una gran carga y gasto en libros, en los que se podían instalar  tantos textos como fuera posible, no solamente del mundo de la Iglesia  sino –como se practicó ampliamente– del mundo profano. A parte de las  dificultades pastorales por parte de los filigreses para comprender  textos que necesitan exégesis especiales, resultó ser una oportunidad  –que fue aprovechada– para manipular los textos retenidos con el fin de  introducir nuevas verdades en lugar de las viejas. Pasajes pastoralmente  impopulares –frecuentemente de significación teológica y moral  fundamentales– fueron simplemente eliminados. Un clásico ejemplo es el  texto de 1 Cor. 11 :27-29: aquí, en la narración de la institución de la  Eucaristía, ha sido dejada fuera continuamente la seria exhortación  final sobre las graves consecuencias de recibirla impropiamente, aún en  la fiesta de Corpus Christi. La necesidad pastoral de ese texto  vista la actual recepción de la comunión sin confesión y sin reverencia  es obvia. 
Los desatinos que se pueden cometer con las nuevas  lecturas, especialmente en sus palabras introductorias y conclusivas,  son ejemplificados por la nota de Klaus Gamber al final de la lectura  del primer domingo de Cuaresma del Ciclo A, que habla de las  consecuencias del Pecado Original : ¨Entonces los ojos de ambos se  abrieron y supieron que estaban desnudos¨. Luego de lo cual la  gente, ejerciendo su vívida y activa participación debe contestar:  ¨Demos gracias a Dios¨.
Yendo más allá, ¿por qué era necesaria la alteración  de la secuencia de las fiestas sacras? Si algún cuidado era necesario  era aquí, por interés pastoral y conciencia del apego del pueblo a las  fiestas de sus Iglesias locales, cuyo desarreglo temporario tenía que  tener una muy mala influencia en la piedad popular. Los que  implementaron la reforma litúrgica parecen no haber sentido la menor  conmiseración con estas consideraciones, a pesar de los artículos 9, 12,  13 y 37 de la Constitución para la liturgia.
SENTENCIA DE MUERTE PARA LAS MELODÍAS GREGORIANAS.  Unas breves palabras deben ser dichas aún sobre las reglamentaciones  conciliares sobre música litúrgica. Nuestros reformadores ciertamente no  compartían los grandes elogios por el canto gregoriano que expresaban  más y más los observadores seculares y los entusiastas. La abolición  radical (sobre todo por la creación de nuevas partes corales para la  Misa) del Introito, Gradual, Tracto, Alleluia, Ofertorio, Comunión (y  esto especialmente como una oración especial de la comunidad), a favor  de otras de duración considerablemente mayor, fue una sentencia de  muerte silenciosa para las maravillosas y variables melodías  gregorianas, con la excepción de las simples melodías del las partes  fijas de la Misa, a saber el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus/ Benedictus, y  Agnus Dei, y esto sólo para unas pocas misas. Las instrucciones del  Concilio sobre la protección y respaldo a este antiguo canto de la  Iglesia se encontraron en la práctica con una epidemia fatal.
EL ÓRGANO. El tan apreciado instrumento de la  Iglesia, el órgano, experimentó un destino similar con la abundante  sustitución de instrumentos, cuya enumeración y caracterización dejaré a  vuestra rica experiencia personal, con la única observación de que han  preparado el camino para la entrada de elementos diabólicos en la música  de la Iglesia.
LA "CREATIVIDAD", OTRA ABIERTA VIOLACIÓN DEL  CONCILIO. La laxitud permitida para innovar representa un último tema  importante en este listado de elementos prácticos de la reforma. Esa  laxitud está presente en el Orden de la Misa en su original latino.  Entre los varios órdenes nacionales, el Orden Alemán de la Misa  sobresale por mostrar muchas más concesiones de este tipo. Prácticamente  elimina el estricto, absoluto edicto de art. 22, &3, de la  constitución Conciliar, que dice que nadie, ni siquiera un sacerdote,  puede de su propia autoridad agregar, saltear o alterar nada. Las  violaciones durante todo el proceso de la Misa que están levantándose  más y más contra este edicto del Concilio, están siendo la causa de un  desorden resonante, que el viejo Ordo Latino, con su tan  lamentada rigidez, impidió tan exitosamente. El nuevo garante del orden  contribuye así al desorden, y uno no puede, entonces, sorprenderse  cuando una y otra vez descubre que en cada parroquia parece regir un Ordo  diferente. 
CRÍTICAS A LA REFORMA. Con eso hemos llegado a las  públicas, aunque limitadas, críticas sobre la reforma de la Misa. El  propio Arzobispo Bugnini las expone con destacable honestidad en las  páginas 108 - 121 de sus memorias de la reforma, sin poder refutarlas.  En sus memorias y en las de Monseñor Wagner, la inseguridad del Concilium  sobre las reformas que tan apresuradamente llevaron a cabo es obvia.  También aparece allí poca sensibilidad
Crítica  desvastadora del Cardenal Daneels, primado de Bélgica: la liturgia  transformada en un verdadero "happening"
hacia las previas  investigaciones ¨teológicas, históricas y pastorales¨ ordenadas por el  Concilio como necesarias antes de cualquier alteración. Por ejemplo, la  experta capacidad de Monseñor Gamber, el historiador de liturgia alemán,  fue completamente ignorada. El apuro incomprensible en que se dio forma  a la reforma y en que fue hecha obligatoria causó que obispos  influyentes que estaban todo menos apegados a la tradición, lo  reconsideraran. Un monseñor que había acompañado al Cardenal Döpfner  como secretario a Salzburgo para sancionar una resolución de los obispos  de habla alemana para la activación del Nuevo Ordo de la misa en  sus países me contó que el Cardenal estaba muy reticente en su viaje de  retorno a Munich. En ese momento expresó brevemente su miedo de que un  asunto pastoral tan delicado hubiera sido tratado con tanto apuro. 
VALIDEZ DOGMÁTICA Y JURÍDICA DEL NOVUS ORDO.  Con el fin de evitar cualquier malentendido, quisiera enfatizar que  nunca he puesto en duda la validez dogmática o jurídica del Novus  Ordo Missae, a pesar de que en el orden jurídico me han asaltado  serias dudas en vista de mi intenso trabajo con los canonistas  medievales. Ellos tienen la opinión unánime de que los papas pueden  cambiar cualquier cosa con la excepción de lo que prescriben las  Sagradas Escrituras, o lo que concierne a las decisiones doctrinales del  más alto nivel tomadas previamente, y el status ecclesiae. No  hay perfecta claridad con respecto a este concepto. El apego a la  tradición en el caso de cosas fundamentales que han influído en forma  concluyente sobre la Iglesia en el curso de los tiempos, ciertamente  pertenece a este status fijo, inmutable, del que el Papa no tiene  derecho a disponer. El significado de la liturgia para el íntegro  concepto de la Iglesia y su desarrollo, que fue también enfatizado por  el Concilio Vaticano II como inmutable en su naturaleza, nos lleva a  creer que de hecho debería pertenecer al status ecclesiae. 
OTRAS CRÍTICAS. Debe decirse de todos modos que estos  excesos lamentables, que sobre todo son consecuencia de las  discrepancias entre la Constitución Conciliar y el Novus Ordo, no  ocurren cuando la nueva liturgia es celebrada reverentemente, como es  el caso siempre, por ejemplo, que el Santo Padre ofrece la Misa.  Igualmente no puede escapar a los expertos en la antigua liturgia, qué  gran diferencia existe entre el corpus traditionem que estaba  vivo en la vieja Misa, y el Novus Ordo inventado, en decidida  desventaja para el segundo. Pastores, académicos y fieles laicos lo han  notado, por supuesto; y la multitud de voces opositoras aumentó con el  tiempo. Por esto el propio Papa reinante, en su Carta Apostólica Domiicae  Cenae del 24 de febrero de 1980, con respecto al misterio y al  culto eucarístico, señaló que las cuestiones concernientes a la  liturgia, sobre todo a la Eucaristía, jamás debían ser ocasión para  dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia; se trata  ciertamente, dijo, ¨del sacramento de la piedad, el símbolo de la  unidad, y el vínculo de la caridad¨. 
En su carta apostólica con motivo del  vigésimo quinto aniversario de la aprobación de la Constitución para la  Sagrada Liturgia el 4 de diciembre de 1963, que fue publicada el 4 de  diciembre de 1988, luego de elogiar la renovación en la línea de la  tradición, el Papa trata sobre la aplicación concreta de la reforma:  señala las dificultades y los resultados positivos, pero también detalla  las aplicaciones incorrectas. También dice expresamente que es el deber  de la Congregación para el Culto Divino proteger los grandes principios  de la liturgia católica, como se manifestaron y desarrollaron en la  Constitución para la Liturgia, y tener presentes las responsabilidades  de las conferencias episcopales y de los obispos
El Cardenal Ratzinger, protector de la Fe (y del  culto conexo a ésta) más cercano al Papa, ha hecho repetidos comentarios  sobre la reforma litúrgica post-conciliar y ha sometido sus problemas  teológicos y pastorales a una crítica constructiva, con singular  profundidad y claridad. Les recuerdo solamente el libro ¨La Fiesta de la  Fe¨ (1981), el prólogo a la traducción francesa del breve y básico  libro de Klaus Gamber, y finalmente las referencias en sus libros  recientes, ¨Sal de la Tierra¨ y su autobiografía ¨Mi vida¨, ambos  publicados en 1997.
Entre los obispos de habla alemana, el responsable  de la liturgia en la conferencia episcopal austríaca señaló en 1995 que  el Concilio no había intentado una revolución sino una reforma de la  liturgia que fuera fiel a la tradición. En cambio, dijo, un culto de  espontaneidad e improvisación carga con parte de la culpa de la  tendencia declinante del número de asistentes a Misa.
Por último, el Primado de Bélgica, Cardenal Daneels,  que ciertamente no puede ser tomado por retrógrado, ha sometido toda la  reforma a una crítica devastadora: ha habido un giro de 180 grados,  dice, en la transición de una obediencia a las rúbricas, a su libre  manipulación, con lo cual uno mismo hace uso de la liturgia con el fin  de transformar el servicio y el culto a Dios en una asamblea creativa  del pueblo, un verdadero ¨happening ¨, un discurso en que el  individuo quiere representar un rol en lugar del Hijo de Dios,  Jesucristo, en cuya casa es un invitado. El deseo del hombre por  comprender el servicio, dice Daneels, no debería conducir a una  creatividad humana subjetiva, sino a una penetración en los misterios de  Dios. Uno no tendría que explicar la liturgia, sino vivirla como una  ventana a lo invisible.
Cuando descendemos a rangos más bajos en la escala de  los hijos de Dios, encontramos
Max Thurian: la  celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en  el cual no hay lugar para la 
oración, la  contemplación y el silencio
aún entre los miembros del Concilium  un colega Me gustaría agregar brevemente como referencia indicado como  crítico por el Arzobispo Bugnini: rencia ecuménica, dos experiencias de  las Igle-
el P. Louis Bouyer, quIen no ha  permanecido en sias Orientales. Durante su visita a fines del 
silencio desde entonces. Concilio,  representantes del Patriarcado de 
Constantinopla dijeron en  conversaciones per-
 En Italia, la crítica contundente  ¨The Torn Tunic¨ (1967) por el escritor laico de bajo perfil Tito  Casini, con un prólogo del Cardenal Bacci, hizo sensación. Lentamente  más y más grupos de laicos, a los que pertenecían muchos intelectuales  de alto nivel, se organizaron en movimientos nacionales, sobre todo en  Europa y América del Norte, y se conectaron en Europa y más allá en la  organización internacional Una Voce; los problemas de la reforma fueron  también discutidos en periódicos, entre los que sobresale el alemán Una  Voce Korrespondenz. En un resumen característico, el  canadiense Precious Blood Banner de octubre de 1995 dice que cada  vez se ve con más claridad que lo radical de los reformadores  post-conciliares no consistió en renovar la liturgia católica desde sus  raíces, sino en arrancarla de su terreno tradicional. No reelaboró el  rito romano, como se le pidió que hiciera en la Constitución para la  Liturgia del Vaticano II, sino que lo desarraigó.
 Poco antes de su muerte, el bien  conocido prior de Taizé, Max Thurian, un converso al catolicismo que fue  antes calvinista, expuso su visión de la reforma en un largo artículo  titulado "La liturgia como contemplación del Misterio" en "L´Osservatore  Romano" (27-28 de mayo de 1996, pág. 9). Luego de una comprensible  expresión de elogio al Concilio y a la Comisión de Liturgia, que se  suponía que producirían los frutos más admirables, dice expresamente que  la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo  en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el  silencio. El constante contrapunto entre los celebrantes y los fieles  aísla a la comunidad en sí misma. Una celebración saludable, por otra  parte, que otorga al altar una posición privilegiada, conduce el deber  del celebrante, esto es, orientar a todos hacia el Señor y a adorar Su  presencia, lo cual está representado en los símbolos y realizado en el  Sacramento. Esto transmite a la liturgia ese soplo contemplativo sin el  cual se transforma en una torpe discusión religiosa, una vacía actividad  comunal y una especie de parloteo.
 Thurian hace una cantidad de  propuestas personales a la autoridad para el caso de una revisión de los  ¨Principios y Normas para el uso del Missale Romanum¨ (se ve que  él alimentaba la esperanza de que eso fuera posible) , que demuestran  claramente su insatisfacción con los principios actuales. Bajo el título  de ¨El sacerdote en el Servicio de la Liturgia¨, hace una serie de  críticas distinguidas de la presente situación, que comparten  prácticamente todos los severos reproches de esta reseña y que merecen  un examen individual ...
sonales que no entendían porqué la  Iglesia Romana insistía en cambiar la liturgia; no se debería hacer  semejante cosa. La Iglesia Oriental, dijeron, debió el mantenimiento de  su fe a su fidelidad a la tradición litúrgica y al sano desarrollo de  ésta. También oí cosas similares de miembros del Patriarcado de Moscú,  que atendieron a la comisión Vaticana de Historia durante el Congreso  Histórico Internacional de Moscú en 1970.
Dos significativos informes más,  del mundo de la gente común y menos educada, que expresan de la mejor  manera el genuino sensus fidei de los hijos de Dios: dos jóvenes boy  scouts de diez y doce años de la zona de Siena, que asisten a la  llamada Misa Tridentina los sábados, basándose en el privilegio otorgado  por el obispo de Siena, a mi pregunta intencionada de cuál misa les  gustaba más, contestaron que desde que asistían a la antigua ya no  disfrutaban de la nueva.
 Un granjero, anciano y sencillo,  que proviene de la zona pobre de Molise, me dijo espontáneamente que él  solamente va a la misa tridentina de las seis de la mañana porque  considera que el cambio en la liturgia es un cambio de la Fe que él  quiere mantener.
 Mons. Klaus Gamber, un  sobresaliente experto que ya he mencionado, ha publicado informes  estrictamente académicos, sobre todo su resumen "La Reforma de la  Liturgia Romana", que fueron más o menos silenciados por la  literatura oficial especializada, pero están siendo redescubiertos ahora  por su penetrante claridad y visión interior. Llegó a la conclusión de  que hoy estamos ante las ruinas de una tradición de 2000 años, y que se  teme que como resultado de las incontables reformas la tradición esté  sometida a una confusión tan vandálica que puede ser difícil revivirla.  Uno casi no se atreve a preguntar si luego de este desmantelamiento  podrá venir una reconstrucción del viejo orden.
ESPERANZAS. Aún así, no se debe  perder la esperanza. En cuanto al desmantelamiento, vemos cómo se  refleja con respecto a las órdenes dadas por el Concilio. Éstas dicen:  no puede introducirse ninguna innovación a menos que lo demande el real y  cierto beneficio de la Iglesia, y eso luego de precisa investigación  teológica, histórica y pastoral. Sobre todo, cualquier cambio debe ser  hecho de tal manera que las nuevas formas surjan orgánicamente de las ya  existentes. Si esto sucedió o no, mis recuerdos pueden dar solamente un  panorama limitado. Deberían mostrar, de todos modos, si los  requerimientos teológicos y eclesiológicos esenciales se cumplieron en  la reforma, por ejemplo, si la liturgia, y sobre todo su corazón, la  Santa Misa, ordena lo humano a lo divino y subordinando lo primero a lo  último, hace lo mismo con lo visible respecto a lo invisible, lo activo a  lo contemplativo, el presente a la eternidad por venir; o si la  reforma, por el contrario, ha frecuentemente subordinado lo divino a lo  humano, el misterio invisible a lo que es visible, lo contemplativo a la  participación activa, la eternidad por venir al mundano presente  humano. Pero precisamente el siempre claro reconocimiento de la  situación real refuerza la esperanza de una posible reconstrucción, la  que el Cardenasl Ratzinger ve en un nuevo movimiento litúrgico que  resucite la verdadera herencia del concilio Vaticano a un nueva vida ("La  mia Vita", 1997, pág. 113 ).
 
UNA PERSEPECTIVA RECONFORTANTE.  Termino con una perspectiva reconfortante: el Santo Padre reinante, Juan  Pablo II, con la sensibilidad pastoral que lo distingue, manifestó su  preocupación en un llamado de 1980 sobre los problemas que el cambio de  liturgia creaban en la Iglesia Católica, pero no recibió respuesta de  los obispos. Fue por eso que decidió, y ciertamente no a la ligera,  emitir en 1984 un indulto apostólico para todos los que se sintieran  apegados a la vieja liturgia, por las razones que he enfatizado y, sobre  todo, porque las innovaciones litúrgicas, lejos de decrecer, continúan  su escalada. Tuvo un éxito pastoral muy limitado porque fue enviado  lógicamente a los obispos, en condiciones restringidas y librado a sus  criterios.
Luego de la consagración no  autorizada de obispos por el Arzobispo Lefebvre, ciertamente con la  intención de evitar la extensión de un cisma, emitió el 2 de julio de  l988 un nuevo motu proprio, Ecclesia Dei adflicta, en el  que no solamente aseguraba a los miembros de la Sociedad San Pío X  deseosos de reconciliarse en la Fraternidad de San Pedro la posibilidad  de permanecer fieles a la antigua tradición litúrgica, sino que además  dio a los obispos un privilegio muy generoso, que debía colmar los  legítimos deseos de los fieles. Recomendó especialmente a los obispos  que imitaran su generosidad hacia los fieles que se sienten apegados a  las formas fijas de la liturgia y disciplina antiguas, y estableció que  se debe respetar a todos aquellos que se sientan apegados a la antigua  tradición litúrgica.
 El texto –comprendido esta vez  muy generosamente por los obispos– nos da confianza justificada de que  el Papa, en sus esfuerzos por restablecer la unidad y la paz, no  solamente no retardará, sino más bien continuará por la senda que nos  muestra en los números 5 y 6 del motu proprio, con el fin de  promover la legítima reconciliación entre la tradición indispensable y  el desarrollo debido a los tiempos. 
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fonte.Roma Aeterna