Benedictus XVI

Joseph Ratzinger

19.IV.2005

-

28.II.2013


Cardeal Joseph Ratzinger :“A verdade é que o próprio Concílio não definiu nenhum dogma e conscientemente quis expressar-se em um nível muito mais modesto, meramente como Concílio pastoral; entretanto, muitos o interpretam como se ele fosse o super dogma que tira a de todos os demais Concílios". (Cardeal Joseph Ratzinger, Alocução aos Bispos do Chile, em 13 de Julho de 1988, in Comunhão Libertação, Cl, año IV, Nº 24, 1988, p. 56).
Cardinal  Joseph  Ratzinger

FROM SELF-CRITICISM TO SELF-DESTRUCTION

"Certainly, the results [of Vatican II] seem cruelly opposed to the expectations of everyone, beginning with those of Pope John XXIII and then of Paul VI: expected was a new Catholic unity and instead we have been exposed to dissension which---to use the words of Paul VI---seems to have gone from self-criticism to self-destruction. Expected was a new enthusiasm, and many wound up discouraged and bored. Expected was a great step forward, and instead we find ourselves faced with a progressive process of decadence which has developed for the most part precisely under the sign of a calling back to the Council, and has therefore contributed to discrediting for many. The net result therefore seems negative. I am repeating here what I said ten years after the conclusion of the work: it is incontrovertible that this period has definitely been unfavorable for th Catholic Church."

L'Osservatore Romano (English edition),
24 December 1984

domingo, 30 de setembro de 2012

EL COMIENZO DEL FIN DEL SUPERDOGMA (O: ¡VIERON QUE SÍ SE PODÍA DISCUTIR EL TEMA!)

Hace un par de años atrás un Obispo me invitó a almorzar a su casa y conversamos de una serie de temas. En medio de la conversación, el dirigió la discusión hacia temas teológicos más profundos, relacionados con las innovaciones teológicas del Concilio Vaticano II y mi opinión sobre ellas. Le hice ver que el Concilio presentaba una serie de imprecisiones teológicas y tenía algunos errores puntuales que dieron paso a errores prácticos y teológicos posteriores y que la base para señalar esos errores era su contradicción manifiesta frente a documentos magisteriales definitivos anteriores (y cité textos documentos del beato Pío IX, León XIII, san Pío X y Pío XI) y que ante la contradicción no se podían afirmar ambas cosas, por lo que la enseñanza conciliar debía desecharse pues no es magisterio definitivo si no sólo pastoral (según la autodefinición propia del Concilio). No pudiendo negar la contradicción de los textos (si uno los estudia se da cuenta que es innegable) me dijo que lo que vale es el último texto y que la Iglesia, tras el Concilio, había cambiado su doctrina y que debía uno ceñirse a eso. Manifestando mi desacuerdo (curiosamente nunca se rompió el trato cordial de camaradería propia del almuerzo) me dijo (insisto, muy amablemente) que no podía pensar así siendo sacerdote (no lo era, ni lo soy hoy, pero como seminarista y luego diácono en tránsito me preparaba para ello) pero sí como laico (¿por qué un laico puede pensar diverso que un cura? No lo sé, no lo pregunté), así que fui reducido al estado laical. Tengo que ser bien honesto en decir que sabía desde antes que esto pasaría (las inquietudes a mis ideas y las consecuencias punitivas), pero me parecía que el deber de conciencia era ser coherente y aceptar los castigos que se me impusieran. Había un antecedente histórico reciente: Monseñor Lefebvre. Ya había cuestionado al Vaticano II y se le negó el agua y la sal para su congregación, incluso se le negó ordenar un sucesor antes de morir; cuando ordenó obispos para su sucesión antes de morir fue excomulgado y difamado por la mayoría de los obispos y curas del orbe, llamándole a él y a sus seguidores "cismáticos," o sea se les acusa de separarse de la Iglesia en circunstancias que fueron expulsados. Así las cosas, lo único que quedaba por hacer era seguir afirmando la verdad y rezar para que los errores se fueran disipando y la verdad asomando.

El Concilio Vaticano II fue provocando cambios tremendos, innegables, pero estos cambios fueron propuestos como magisterio pastoral, el Concilio mismo se autodenominó pastoral, por lo que no pretendió definir dogmas si no proponer vías prácticas de ejercicio pastoral. Pero la mayoría del clero de abanderizó con él y lo impuso como Superdogma, innegable, que derribaba a todas las verdades anteriores y que imponía unas verdades nuevas; así, lo que sólo iba a ser opinable, terminó siendo verdad absoluta innegable, lo que no es dogma terminó siendo Superdogma y quien lo negaba era sacado a un lado (de hecho ni siquiera es necesario negarlo, bastaba con afirmarlo como opinable).

Pero para que escribo esto... para comentar como van cambiando los tiempos. El Papa Benedicto XVI tras dejar sin efecto las excomuniones a los obispos ordenados por Monseñor Lefebvre(muerto dos y medio años después de las ordenaciones), creó una instancia de diálogo teológica con la FSSPX (los lefebvristas) para analizar los puntos de diferencia doctrinal sobre el Concilio y Magisterio posterior. Ese fue el primer gran paso para lo que vendría después. En realidad hay varios pasos anteriores: permitir la celebración de la Misa en el modo tradicional, el mismo levantamiento de las excomuniones y un discurso del Papa en diciembre de 2005 que denunciaba como equivocada la hermenéutica de ruptura respecto del concilio (es decir, que impone una nueva Iglesia y suprime lo antiguo). Sobre la Hermenéutica de Ruptura nos referiremos más adelante, ahora vamos a lo que vino más adelante, es decir, hace pocos días y que constituyó un paso gigantesco.

Al finalizar las las conversaciones doctrinales entre la FSSPX y la Santa Sede (con peritos teólogos de ambas partes) se convocó una reunión entre los superiores de la Fraternidad y altas autoridades del Vaticano a nombre del Papa. Esa reunión fue para proponer a la Fraternidad un acuerdo canónico que regulariza su status canónico, previo la firma de un preámbulo doctrinal (espero a que toda esa historia termine bien). Ese Preámbulo no significó el acatamiento del magisterio conciliar y postconciliar, si no la firma de "algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad al Magisterio de la Iglesia y el sentir con la Iglesia" y sobre lo otro de declara que queda abierto "a una discusión legítima, el estudio y la explicación teológica de expresiones o formulaciones particulares presentes en los documentos del Concilio Vaticano II y del Magisterio sucesivo"

Por primera vez se afirma en un documento de la Santa Sede, lo que siempre se supo: que el Concilio es, a lo menos, un tema abierto y que debe ser discutido. A quienes lo afirmamos antes se nos denostó y ahora que se va demostrando lo que siempre debió saberse, esperamos un profundo cambio de actitud en los obispos y sacerdotes y que la doctrina católica tradicional esté donde debe estar: en los seminarios, en las academias, en las facultades, es decir en la enseñanza o, al menos dada la situación de crisis actual, en la discusión, esperando a que cada vez más oídos la escuchen.

La Tradición católica estaba excomulgada mucho antes de la excomunión de Monseñor Lefebvre, lo estaba desde el Concilio (e incluso hubo síntomas antes), pero hoy se va levantando poco a poco esa excomunión, y la Tradición vuelve al podio de discusión (debiera ser más que eso, pero dadas las circunstancias nos conformamos con eso por ahora), pasarán algunos años antes de que las desconfianzas e injurías del mundo modernista (del progresismo y hasta de los conservadores) vayan cesando y pasarán tal vez muchos más años aún antes de ir superando la crisis (si es la voluntad de Dios que así ocurra). Debiera ser triste pensar que la verdad y el error estarán en discusión (pues se pone a la verdad y al error al mismo nivel) pero después de cincuenta años en que los errores fueron Superdogma y la verdad causa de excomunión, ya es bastante bueno por ahora.

La actitud del Papa Benedicto XVI, más allá de sus posturas personales sobre el Vaticano II y los puntos en discusión, es muy meritoria y ejemplar, pues ha ido poniendo las cosas en su lugar y ha dado pasos muy significativos para dar justicia e integrar a quienes han sido injustamente perseguidos en las últimas décadas. Ojalá más obispos continuaran esta senda (lo ocurrido con la Misa Tradicional es una buena señal, pues aunque la respuesta de los obispos fue floja, sí existió y muchos sacerdotes y fieles reacionaron aún más).

El Papa llamó a no seguir la hermenéutica de la Ruptura si no de Continuidad. La interpretación rupturista habla de que la Iglesia partió de nuevo con el Concilio, todo cambió, sólo vale lo nuevo y todo lo anterior está obsoleto. El continuismo está referido a no dejar atrás la Tradición si no que integrarla al nuevo orden, al nuevo magisterio, interpretando al Concilio y al magisterio posterior a la luz del Magisterio anterior. Eso es cierto, pero los rupturistas tienen una parte de razón: hubo cambio, no se puede establecer un continuismo total.

La mayor parte del Concilio es texto vago que no dice mucho (sin errores ni verdades, si no palabras piadosas y bien narradas), por lo que es perfectamente aceptable e interpretable desde la Tradición, pero hay dos cosas donde hay que detenerse: el espíritu de cambio (que termina siendo la inspiración para teologías heterodoxas posteriores y abusos litúrgicos y disciplinares) y algunas afirmaciones que aunque cuantitativamente son pocas (ni el 5% del texto total) son muy significativas por el contenido doctrinal que conllevan y por la clara intención teológica y pastoral que las mueve, siendo de hecho las líneas que fueron las directrices de la praxis pastoral posterior: así Nostra Aetate contiene afirmaciones tales como que con otras religiones adoramos a un mismo dios y eso es lo que, sumado a prácticas como los Encuentros de Asis, termina haciendo pensar a la gente que todas las religiones dan lo mismo, por lo que no hay para que creer en Cristo o estar en la Iglesia católica para salvarse (negación del dogma de la necesidad del bautismo para la salvación o del dogma de que fuera de la Iglesia no hay salvación) Y así se pueden encontrar otras pequeños (pero importantes) ejemplos sobre libertad religiosa, diálogo interreligioso, ecumenismo, liturgia, Primado en la Iglesia, etcétera. Al reconocer ahora que estos temas son, al menos, discutibles, da píe a confrontar el magisterio conciliar con el anterior y hacer que la verdad se vaya imponiendo poco a poco, en lugar de darse por superada como se hacia hasta ahora.

Y volviendo sobre el almuerzo del que conté, parece que el tiempo me dio la razón en lo opinable del tema, aunque dudo que ahora me llamen para otra invitación a almorzar para hablar de temas teológicos. Al menos las discusiones se realizarán en otras partes, yo seguiré debatiendo en otras instancias y cada día puedo disfrutar almuerzos y comidas más amables con la maravillosa mujer que es mi esposa desde hace seis meses.

sábado, 29 de setembro de 2012

Vatican II : Infiltration of the Church. Dark clouds forming before Vatican II.The satanic revolution gains momentum at the Council

Vatican II, part 1: Infiltration of the Churchhttp://www.tldm.org/News6/VaticanII-1.htm

Vatican II, part 2: Dark clouds forming before Vatican II
http://www.tldm.org/News6/VaticanII-2.htm

Vatican II, part 3: the satanic revolution gains momentum at the Council
http://www.tldm.org/News6/VaticanII-3.htm

Cardinal Stickler on the changes in the Mass and Vatican II .Statistical decline of the Catholic Church since Vatican II. Pope Benedict XVI on Church after Vatican II: incontrovertible that this period has definitely been unfavorable for the Church

Cardinal Stickler on the changes in the Mass and Vatican IIhttp://www.tldm.org/news7/Stickler.htm

Statistical decline of the Catholic Church since Vatican IIhttp://www.tldm.org/news6/statistics.htm

Pope Benedict XVI on Church after Vatican II: "incontrovertible that this period has definitely been unfavorable for the Church"http://www.tldm.org/directives/d193.htm

sexta-feira, 28 de setembro de 2012

The Church Is Infallible, But Not Vatican II. La Chiesa è infallibile, ma il Vaticano II no. La Iglesia es infalible, pero el Vaticano II no. L'Église est infaillible mais Vatican II ne l'est pas

The Church Is Infallible, But Not Vatican II

And it made mistakes, maintains traditionalist historian Roberto de Mattei. The dispute continues for and against the popes who guided the Council and put its innovations into practiceREAD...


La Chiesa è infallibile, ma il Vaticano II no

E ha commesso errori, sostiene lo storico tradizionalista Roberto de Mattei. Continua la disputa pro e contro i papi che hanno guidato il Concilio e mettono in pratica le sue innovazioniLEGGERE...
 

La Iglesia es infalible, pero el Vaticano II no

Y cometió errores, sostiene el historiador tradicionalista Roberto de Mattei. Sigue el debate pro y contra los Papas que han guiado el Concilio y ponen en práctica sus innovacionesLEER...

L'Église est infaillible mais Vatican II ne l'est pas

Et il a commis des erreurs, affirme l'historien traditionaliste Roberto de Mattei. Le débat se poursuit entre partisans et adversaires des papes qui ont dirigé le concile et mis en pratique ses innovationsLIRE...

by Sandro Magister


 

On the coercive authority of the Church: a response to Fr. Martin Rhonheimer by Dr. Thomas Pink

On the coercive authority of the Church: a response to Fr. Martin Rhonheimer by Dr. Thomas Pink




A vigorous and extensive discussion on Vatican II, and the plausibility of interpreting its decrees as being in continuity with the teachings of the Magisterium of the pre-Vatican II era, has been carried out since the early part of this year in the pages of Sandro Magister's websites, Chiesa (with English translation) and Settimo Cielo(in Italian only). As Fr. Giovanni Cavalcoli OP put it in the course of the discussion: "The heart of the debate is here. We all agree, in fact, that the doctrines already defined [by the dogmatic magisterium of the former Church] present in the conciliar texts are infallible. What is in discussion is if the doctrinal developments, the innovations of the Council, are also infallible."


The following are the articles in Chiesa that are part of this discussion, listed in chronological order:

1) High Up, Let Down by Pope Benedict. (April 8, 2011) -- Noted by Rorate Caeli. An article describing the disappointment of Roberto de Mattei, Brunero Gherardini and Enrico Maria Radaelli over the approach of Pope Benedict XVI towards Vatican II, and concluding with a defense of the hermeneutic of continuity written by Francesco Arzillo.

2) The Disappointed have Spoken. The Vatican Responds. (April 18, 2011) -- Noted by Rorate Caeli. -- Concerning the defenses of the "hermeneutic of continuity" written by Inos Biffi and Archbishop Agostino Marchetto in response to Gherardini and de Mattei (see the first item in this list of articles).


3) Who's Betraying Tradition. The Grand Dispute (April 28, 2011) -- Mainly concerning Fr. Martin Rhonheimer's essay in "Nova et Vetera" regarding religious liberty and the hermeneutic of reform.

4) The Church is Infallible. But Not Vatican II. (May 5, 2011) -- Containing / referring three articles: the first one by Roberto de Mattei regarding the element of rupture to be found in Vatican II, the second one by David Werling in response to Francesco Arzillo (see the first item in this list of articles), and the last one by Fr. Giovanni Cavalcoli OP in response to Werling.

5) Benedict XVI "The Reformist". - The Prosecution Rests. (May 11, 2011) -- Where Massimo Introvigne responds to Roberto De Mattei and contends that Vatican II indeed represents "renewal in continuity", while Fr. Martin Rhonheimer returns to the fray and elaborates on "hermeneutic of reform."

6) Religious Freedom. Was the Church Also Right When It Condemned It? (May 26, 2011) -- Which publishes Fr. Basile Valuet's critique of Gherardini and de Mattei on one hand, and of Rhonheimer on the other, after reprinting part of the last-mentioned's Nova et Vetera article. Valuet's article is followed by a note about David Werling's response to Cavalcoli (see the fourth item in this list) and a long series of "postscripts" in Italian and French. (In sequence: separate responses to Valuet by Rhonheimer and Cavalcoli, followed by a response of Valuet to Cavalcoli and a second response by Cavalcoli to Valuet, then followed by a long note from Introvigne, and then one response each to Introvigne and Rhonheimer by Valuet.)

7) A "Disappointed Great" Breaks His Silence. With an Appeal to the Pope. (June 16, 2011) -- Noted by Rorate Caeli --Enrico Radaelli's memorable contribution to this discussion, an impassioned appeal to His Holiness Pope Benedict XVI to "restore the divine 'munus docendi' in its fullness.

8) Bologna Speaks: Tradition is Also Made of "Ruptures". (June 21, 2011). -- Where the historian Enrico Morini interprets Vatican II as a return to "what the Church had lost", in the process making some unexpected nods to Eastern Orthodox criticisms of Catholicism; followed by the responses of Cavalcoli, Rhonheimer and Arzillo to Morini.

Rorate is now posting the following intervention (especially submitted to our blog) in this still-open debate. This particular intervention is in response to Fr. Martin Rhonheimer's essay in Nova et Vetera, part of which can be found in the third item in the list of articles above. More than being a mere response, the following essay throws further light upon the Catholic doctrine and theology of religious liberty and coercion from Trent to Vatican II, especially in relation to the coercion of belief.
The author is Dr. Thomas Pink, Professor of Philosophy in King's College, London and author of various books. To the blogosphere, Dr. Pink is best known for his long introduction (Introduction and Part 1. Part 2.) to the statement of Bishop Gerhard Ludwig Muller (the Roman Catholic bishop of Regensburg) on the Church's Confession of Christ in Jewish-Christian Dialogue (Part 1, Part 2). The latter statement -- and Dr. Pink's commentary on it -- were called forth by the controversy over the reformulation of the Good Friday Oratio pro conversione Iudæorum in the Missal of 1962.


Rhonheimer on religious liberty
On The 'hermeneutic of reform' and religious liberty in Nova et Vetera

Thomas Pink


Martin Rhonheimer sees doctrinal reform, not doctrinal continuity, in Vatican II's declaration on religious liberty. According to his Nova et Vetera paper, Dignitatis humanae is a genuine revision of earlier doctrine. The pre-conciliar magisterium endorsed religious coercion, calling for state restriction of the public practice of false religions. Now, by asserting religious liberty as not only a natural but a state or civil right, Dignitatis humanae has contradicted previous Church doctrine.READ...

Irony of Ironies: Vatican II Triumphs Over Moribund Modernity

Irony of Ironies: Vatican II Triumphs Over Moribund Modernity

Few expressions are better guaranteed to spark passionate debates among Catholics today than two words: “Vatican II.” Though most Catholics today were born after the Council closed in 1965, the fiftieth anniversary of the Council’s 1962 opening on 11 October this year will surely reignite the usual controversies about its significance.read...

Pope John XXIII died. His last words on his deathbed, as reported by Jean Guitton, the only Catholic layman to serve as a peritus at the Council, were: "Stop the Council; stop the Council."

 

(Grateful acknowledgements to Fr. Paul Kramer for his book, The Devil’s Final Battle, from which many of the following quotations are taken).
The satanic revolution gains momentum at the Council
The word ‘revolution’ has been used numerous times to describe Vatican II. During the debate on the Liturgy Constitution at the Council, Cardinal Ottaviani asked, “Are these Fathers planning a revolution?”
Regarding the changes since Vatican II, Professor James Daly wrote:
It is one thing to pull off a revolution, quite another to do so and then have the gall to pretend that nothing “substantial” has been changed. It is not enough for our liturgical Robespierres to win; they must go on to claim that they never used the guillotine.[1]
Revolution was apparent very early on. According to Anne Muggeridge (the daughter-in-law of the famous British Catholic convert and journalist Malcolm Muggeridge), John Cardinal Heenan of Westminster reported that when, during the rebellious first session of the Council, Pope John XXIII realized that the papacy had lost control of the process, he attempted to organize a group of bishops to try to force it to an end. But before the second session of the Council could open, Pope John XXIII died. His last words on his deathbed, as reported by Jean Guitton, the only Catholic layman to serve as a peritus at the Council, were: "Stop the Council; stop the Council." (The Desolate City)
Before the end of Vatican II, in February 1965, someone announced to Padre Pio that soon he would have to celebrate the Mass according to a new rite, in the vernacular, which had been devised by a conciliar liturgical commission. Immediately, even before seeing the text, he wrote to Paul VI to ask him to be dispensed from the liturgical experiment, and to be able to continue to celebrate the Mass of St. Pius V. When Cardinal Bacci came to see him in order to bring the authorization, Padre Pio let a complaint escape in the presence of the Pope's messenger: "For pity sake, end the Council quickly."
Several years after Vatican II, on April 12, 1970, Sister Lucy warned of "a diabolical disorientation invading the world and misleading souls". On September 16, 1970, she wrote to a friend in religion, Mother Martins, who had been her companion at Tuy, in the novitiate of the Dorothean Sisters. She had just been sorely tried by illness:
...I too, was not feeling very well in my heart, my eyes, etc.; but it is necessary to the Passion of Christ; it is necessary that His members be one with Him, through physical pain and through moral anguish. Poor Lord, He has saved us with so much love and He is so little understood! so little loved! so badly deserved! It is painful to see such a great disorientation and in so many persons who occupy places of responsibility...! For our part we must, as far as is possible for us, try to make reparation through an ever more intimate union with the Lord; and identify ourselves with Him that He may be in us the Light of the world plunged in the darkness of error, immorality and pride. It pains me to see what you tell me, now that that is going on over here...! It is because the devil has succeeded in infiltrating evil under the cover of good, and the blind are beginning to guide others, as the Lord tells us in His Gospel, and souls are letting themselves be deceived...This is why the devil has waged such a war against [the Rosary]! And the worst is that he has succeeded in leading into error and deceiving souls having a heavy responsibility through the place which they occupy...! They are blind men guiding other blind men...
The "great disorientation and in so many persons who occupy places of responsibility" is a reference to the disorientation within the hierarchy of the Catholic Church.
Vatican II and the heretics
Bishop Helder Camara praised Pope John XXIII for his “courage on the eve of the Council in naming as conciliar experts many of the greatest theologians of our day. Among those whom he appointed were many who emerged from the black lists of suspicion.” In other words, from the censures and condemnations of Pius XII and the Holy Office. Heretics were among those advising and helping the bishops draft the documents of Vatican II.
Fr. Paul Kramer reported in his book, The Devil’s Final Battle:
On October 13, 1962, the day after the two communist observers arrived at the Council, and on the very anniversary of the Miracle of the Sun at Fatima, the history of the Church and the world was profoundly changed by the smallest of events. Cardinal Liénart of Belgium seized the microphone in a famous incident and demanded that the candidates proposed by the Roman Curia to chair the drafting commissions at the Council be set aside and that a new slate of candidates be drawn up. The demand was acceded to and the election postponed. When the election was finally held, liberals were elected to majorities and near-majorities of the conciliar commissions—many of them from among the very “innovators” decried by Pope Pius XII. The traditionally formulated schemas for the Council were discarded and the Council began literally without a written agenda, leaving the way open for entirely new documents to be written by the liberals. It is well known and superbly documented that a clique of liberal periti (experts) and bishops then proceeded to hijack Vatican II with an agenda to remake the Church into their own image through the implementation of a “new theology.’”[2] (p. 53)
Two such theologians were Hans Kung and Edward Schillebeeckx. According to Chris Ferrara:
It was Schillebeeckx who wrote the crucial 480 page critique employed by the “Rhine group” bishops to coordinate their public relations campaign against the wholly orthodox preparatory schemas for the Council, which led to the abandonment of the Council’s entire meticulous preparations. Schillebeeckx was later placed under Vatican investigation for his outrageously heterodox views concerning historicity of the Virgin Birth, the institution of the Eucharist, the Resurrection, and the founding of the Church.[3]
The liberals at Vatican II avoided condemning modernist errors, communism, and they also deliberately planted ambiguities in the Council texts which they intended to exploit after the Council. The liberal Council peritus, Father Edward Schillebeeckx admitted, “we have used ambiguous phrases during the Council and we know how we will interpret them afterwards.”[4]
Monsignor Rudlolf Bandas, a peritus at the Council, acknowledged that allowing suspect theologians at Vatican II (such as Schillebeeckx and Kung) was a grave mistake:
No doubt good Pope John thought that these suspect theologians would rectify their ideas and perform a genuine service to the Church. But exactly the opposite happened. Supported by certain ‘Rhine’ Council Fathers, and often acting in a manner positively boorish, they turned around and exclaimed: “Behold, we are named experts, our ideas stand approved”... When I entered my tribunal at the Council, on the first day of the fourth session, the first announcement, emanating from the Secretary of State, was the following: “No more periti will be appointed.” But it was too late. The great confusion was underway. It was already apparent that neither Trent nor Vatican II nor any encyclical would be permitted to impede its advance.[5]
Fr. Paul Kramer writes:
In his book Vatican II Revisited, Bishop Aloysius J. Wycislo (a rhapsodic advocate of the Vatican II revolution) declares with giddy enthusiasm that theologians and biblical scholars who had been “under a cloud” for years surfaced as periti (theological experts advising the bishops at the Council), and their post-Vatican II books and commentaries became popular reading.[6]
Yves Congar, one of the artisans of the reform remarked with quiet satisfaction that “The Church has had, peacefully, its October revolution.”[7] Congar also admitted, as if its something to be proud of, that Vatican II’s Declaration on Religious Liberty is contrary to the Syllabus of Pope Pius IX. He said: “It cannot be denied that the affirmation of religious liberty by Vatican II says materially something other than what the Syllabus of 1864 said, and even just about the opposite of propositions 16, 17 and 19 of this document.”[8]
Cardinal Suenens declared “Vatican II is the French Revolution of the Church.”[9] Cardinal Suenens may have been one of the cardinals indicated by Our Lady of the Roses, that would receive great punishment for his participation in the destruction of the Church. (Read more…)
Vatican II documents and sessions
As we stated above, Father Edward Schillebeeckx admitted, “we have used ambiguous phrases during the Council and we know how we will interpret them afterwards.”[10] The New York Times recognized these ambiguities: “The Council’s documents, shaped by the bishops and their theological advisers in four two-month sessions held each fall from 1962 through 1965, offer more than enough compromises and ambiguities for conflicting interpretations.” Fr. Frank Poncelot writes, “That there are ambiguities in the sixteen Council documents no one can deny. You can misquote its numerous paragraphs to prove or disprove many ideas, and this is frequently done to support liberal and devious schemes.”[11]
Cardinal Ratzinger observed that the documents of Vatican II, especially Gaudium et Spes, comprised a “counter syllabus” designed to “correct(!) ... the one-sidedness of the position adopted by the Church under Pius IX and Pius X,” and that these documents were an “attempt at an official reconciliation with the new era inaugurated in 1789.”[12] He also admitted that the Vatican II document Gaudium et Spes is permeated by the spirit of Teilhard de Chardin.[13]
Our Lady of the Roses, however, stated that Teilhard de Chardin is in hell:
"Many of Our clergy have become blinded through their love of worldly pleasure and riches. Many have accepted a soul once high as a priest. Teilhard is in hell! He burns forever for the contamination he spread throughout the world! A man of God has his choice as a human instrument to enter into the kingdom of satan. Man will not defy the laws of God without going unpunished. You are a perverse generation, and you call the hand of punishment down fast upon you." - Our Lady, March 18, 1973 (Read more…)
At Vatican II, Alfredo Cardinal Ottaviani was shocked to discover that a statement proposing that married couples may determine the number of their children was summarily added to the text of "The Sanctity of Marriage and the Family" without so much as a discussion as to its consistency with prior Catholic teaching. Cardinal Ottaviani asked:
...yesterday in the Council it should have been said that there was doubt whether a correct stand had been taken hitherto on the principles governing marriage. Does this not mean that the inerrancy of the Church will be called into question? Or was not the Holy Spirit with His Church in past centuries to illuminate minds on this point of doctrine?[14]
Fr. Frank Poncelot writes:
Ecumenism means the modern movement toward religious unity, but false ecumenism is now one of the serious problems because of modernist elements in the Church and unauthorized modern theologians trying to “give away the store.” The sixteen documents of Vatican Council II are lengthy and “wordy”; many sections are ambiguous; they were not meant to make doctrinal changes, but opened the doors, unfortunately, for changes which were not intended. It authorized commissions to be formed with later became “open-ended,” especially when the dreadful word, “option,” became prevalent in the Council’s implementation. Well over 2000 bishops were present for all sessions and numerous observers (including non-Catholic) and the bishops’ periti. While there were ten Council Commissions, the liberal European alliance, controlled mainly by German bishops and their periti, quickly dominated the sessions and, with much behind the scenes work, influenced the direction taken by the commissions which were set up in the aftermath of the Council. These commissions “implemented” Vatican II and were responsible for interpreting the recommendations of the Council in their practical and pastoral applications. This is most important to note, because the great majority of the bishops present never intended most of the “implementation” that resulted, principally the Novus Ordo of the Mass—the Mass which was actually promulgated in 1970. The document from which liturgy changes came, Constitution on the Sacred Liturgy—first of the sixteen documents, ironically, is the most misunderstood Church document. Today we have Roman Missals almost entirely in the vernacular, whereas the Council document contains nothing about an all vernacular Mass, only that some parts of the Mass may use the vernacular, and ordered that the Latin language remain in the essential parts of the Mass. Further irony is that most Catholics today think that the Mass in Latin is forbidden, whereas the Council forbade the opposite—exclusive use of the vernacular.[15]
Cardinal John Heenan of Westminster, a participant at Vatican II, explains in his book, A Crown of Thorns:
The subject most fully debated was liturgical reform. It might be more accurate to say that the bishops were under the impression that the liturgy had been fully discussed. In retrospect it is clear that they were given the opportunity of discussing only general principles. Subsequent changes were more radical than those intended by Pope John and the bishops who passed the decree on the liturgy. His sermon at the end of the first session shows that Pope John did not suspect what was being planned by the liturgical experts.[16]
The liturgical expert Monsignor Klaus Gamber says the same thing in his book, The Reform of the Roman Liturgy, that the new liturgy would not have been endured at the Council:
One statement we can make with certainty is that the new Ordo of the Mass that has now emerged would not have been endorsed by the majority of the Council Fathers.[17]
Richard Cowden Guido reported that many bishops were openly disillusioned with Vatican II at the Bishops’ Synod of 1985:
That there were misjudgments made at the Council no serious Catholic will deny. Following the Synod of Bishops in 1985, surprising comments were made by bishops who admitted this before leaving Rome. One author wrote, quoting another source: “… yet, delicately in public and more candidly in private, synod fathers acknowledged that Vatican II made two massive errors in judgment. The first was the vast over-estimation of the solidity of Catholic teaching and practice … the second error was an astonishing naiveté about the nature of the modern world.”[18]
Vatican II and the failure to condemn communism
Vatican II even failed to condemn communism. Fr. Frank Poncelot writes:
… Vatican II was not called to suppress a particular heresy or problem in the Church. It overlooked the evil of Communism; it overlooked the spreading modernism with its Masonic ingredients that Pope St. Pius X condemned; and it did not address the problems that the electronic media could very likely cause for the Church worldwide.”[19]
Fr. Paul Kramer reports that hundreds of bishops attempted to condemn communism at the Council, but their petition was mysteriously “lost”:
The written intervention of 450 Council Fathers against Communism was mysteriously “lost” after being delivered to the Secretariat of the Council, and Council Fathers who stood up to denounce Communism were politely told to sit down and be quiet.[20]
Archbishop Marcel Lefebvre in 1983 told a Long Island, New York conference that it was he himself who carried the 450 signatures to the Secretariat of the Council at Vatican II:
And the Communists were promised, Communism will not be condemned at the Council, and it wasn’t condemned at the Council. I myself carried 450 signatures to the Secretariat of the Council in order to have Communism condemned. I did it myself! Four hundred and fifty signatures of bishops were put away in a drawer and they were buried in silence whereas sometimes the request of a single bishop was listened to. In this case, 450 bishops were ignored. The drawer was closed, we were told, no, no, we have no knowledge of that, there will be no condemnation of Communism. And they replaced the anti Communist bishops: Cardinal Mindszenty by Cardinal Lekai, Cardinal Beran in Czechoslovakia by Cardinal Tomasec. The same happened in Lithuania, and in Czechoslovakia, all the bishops became priests of the Pax movement, collaborators of the Communist regime. You can read in the book called Moscow and the Vatican how the Lithuanian priests wrote to their bishops a letter in which they say: “We no longer understand. Before, our bishops used to support us in the fight against Communism and they died martyrs, many are still in prison, others are dead, martyred because they supported us against the Communists in order to fulfill our duty as priests, and now it is you bishops who are condemning us, it is you who are telling us that we don’t have the right to resist, to fulfill our apostolate, because it is contrary to the laws of Communism, it is contrary to the government.[21]
That the communists were promised that communism would not be condemned at Vatican II was effected through the Vatican-Moscow Treaty. Our Lady of the Roses said of this treaty:
Veronica - Our Lady is holding up a parchment of paper.
"Look, My child, what has been written down. From where and whence did this parchment of reconciliation with Russia originate, signed by many cardinals? O My child, My heart is bleeding.... The parchment of paper contains the words that made a treaty between the Vatican and Russia." (Our Lady, July 1, 1985)
Jesus also spoke on this treaty:
"My child and My children, remember now, I have asked you to contact Pope John Paul II, and tell him he must rescind the Treaty, the Pact made with Russia; for only in that way shall you have a true peace." (Jesus, June 6, 1987)
Vatican II: a pastoral, not a dogmatic Council
In Cardinal Ratzinger’s letter to Archbishop Lefebvre on July 20, 1983, he states that: “It must be noted that, because the conciliar texts are of varying authority, criticism of certain of their expressions, in accordance to the general rules of adhesion to the Magisterium, is not forbidden. You may likewise express a desire for a statement or an explanation on various points…. You may that personally you cannot see how they are compatible, and so ask the Holy See for an explanation.” Pope Paul VI himself also made a similar comment: “Given the Council’s pastoral character, it avoided pronouncing in an extraordinary manner, dogmas endowed with the note of infallibility.”[22]
At the close of Vatican II, the bishops asked Archbishop Felici (the Council’s Secretary) for that which the theologians call the “theological note” of the Council . That is, the doctrinal “weight” of Vatican II’s teachings. Felici replied: “We have to distinguish according to the schemas and the chapters those which have already been the subject of dogmatic definitions in the past; as for the declarations which have a novel character, we have to make reservations.”[23]
Regarding the novel changes and imprudent decisions that resulted after Vatican II, Dietrich von Hildebrand, praised by Pope Pius XII as the "20th century Doctor of the Church", instructs us:
In the case of practical, as distinguished from theoretical, authority, which refers, of course, to the ordinances of the Pope, the protection of the Holy Spirit is not promised in the same way. Ordinances can be unfortunate, ill-conceived, even disastrous, and there have been many such in the history of the Church. Here Roma locuta, causa finita does not hold. The faithful are not obliged to regard all ordinances as good and desirable. They can regret them and pray that they will be taken back; indeed, they can work, with all due respect for the pope, for their elimination.

"The great Council, the Council that has brought forth discord, disunity, and the loss of souls, the major fact behind this destruction was because of the lack of prayer. Satan sat in within this Council, and he watched his advantage." - St. Michael, March 18, 1976


[1] Professor James Daly of McMaster University, Ontario, The Catholic Register, October 12, 1977.
[2] Our Lady of the Roses Herself mentioned this “new theology” in Her message at Bayside: "I allowed you, My child, to become aware now in full measure of evil in the teaching institutions of My Son's Church. A new theology of morals has been set among you. And what is it but a creation of satan!” (Our Lady, January 31, 1976)[3] Chris Ferrara, “The Third Secret of Fatima and the Post-Conciliar Debacle,” Part 3.
[4] “Open Letter to Confused Catholics,” Archbishop Lefebvre, Kansas City, Angelus Press, 1992, p. 106.[5] “Wanderer,” August 31, 1967.
[6] Most Reverend Aloysius Wycislo S.J., Vatican II Revisited, Reflections by One Who Was There, p. x, Alba House, Staten Island, New York; quoted in The Devil’s Final Battle, p. 53.[7] Yves Congar, O.P. quoted by Father George de Nantes, CRC, no. 113, p.3.
[8] Cardinal Joseph Ratzinger, Principles of Catholic Theology, Ignatius Press: San Francisco (1987) p. 42.
[9] “Open Letter to Confused Catholics,” Archbishop Lefebvre, Kansas City, Angelus Press, 1992, p. 100.
[10] Ibid., p. 106.
[11] Fr. Frank Poncelot, Airwaves from Hell, p. 187.
[12] Cardinal Joseph Ratzinger, Principles of Catholic Theology, Ignatius Press: San Francisco (1987) pp. 381-382. [13] Ibid., p. 334.[14] Fr. R. M. Wiltgen, The Rhine Flows Into the Tiber, TAN Books and Publishers (1967).
[15] Fr. Frank Poncelot, Airwaves from Hell, pp. 143-144.[16] J. Heenan, A Crown of Thorns, (London, 1974), p. 223; quoted in Latin Mass Magazine, Spring 1996, p. 45.
[17] Msgr. Klaus Gamber, The Reform of the Roman Liturgy, p. 61.
[18] Richard Cowden Guido, John Paul II and the Battle for Vatican II, Trinity Communications, 1986, the author quotes National Review, February, 1986; quoted in Fr. Frank Poncelot, Airwaves from Hell, pp. 18.[19] Fr. Frank Poncelot, Airwaves from Hell, p. 186.
[20] The Devil’s Final Battle, p. 52.
[21] Conference Of His Excellency Archbishop Marcel Lefebvre, Long Island, New York, November 5, 1983.
[22] Paul VI, General Audience of January 12, 1966.[23] Open Letter to Confused Catholics,” Archbishop Lefebvre, Kansas City, Angelus Press, 1992, p. 107.

 Quotations are permissible as long as this web site is acknowledged with a hyperlink to: http://www.tldm.org

quinta-feira, 27 de setembro de 2012

Recuerdos de un perito del Concilio Vaticano II El Concilio, el Novus Ordo Missae y las innovaciones litúrgicas sin fin por el Cardenal Alfons M. Stickler

Recuerdos de un perito del Concilio Vaticano II El Concilio, el Novus Ordo Missae y las innovaciones litúrgicas sin fin por el Cardenal Alfons M. Stickler

http://www3.planalfa.es/santamariareina/images/stickler-vaticano.jpg https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjWeFuqyzSWeIsBtSSYFJ2JmpEc_iCvrA0UTc0IDy3mKdt2AlhWWp742TS_4TT_VypxruWr7ivMEG6mwQKWaRdYYIyqPj2pz2P9aI9s4JDIIchZJpzCJ_kTmENPNX7LP1GgBV69B9U_bJw/s320/stickler.jpg
El Cardenal Alfons Stickler es prefecto emérito de la Biblioteca Vaticana y sus archivos. Actuó como especialista, como perito, en la Comisión de Liturgia del Concilio Vaticano II. Fue elevado al colegio cardenalicio por el Papa Juan Pablo II en l985. Este ensayo apareció originalmente en Die heilige Liturgie (Steyr, Austria: Ennsthaler Verlag, 1997, Franz Breid ed). La presente es una traducción de la versión en inglés aparecida en diciembre de 1998 en la revista norteamericana "Latin Mass", llevada a cabo por Thomas E. Woods, Jr., a pedido del propio Cardenal Stickler.

MI FUNCION EN EL CONCILIO - Pido perdón si comienzo con algunas circunstancias personales, pero lo he considerado necesario para una mejor comprensión del tema que debo abordar. Fui profesor de Derecho Canónico e Historia de las leyes de la Iglesia en la Universidad Salesiana y, durante 8 años, desde 1958 a 1966, su Rector. Como tal actué como consultor de la Sagrada Congregación para los Seminarios y Universidades y, desde las tareas preparatorias para la implementación de los reglamentos conciliares, como miembro de la Comisión Conciliar dirigida por ese dicasterio. Además, fui nombrado perito de la Comisión para el Clero.
Poco antes del comienzo del Concilio, el Cardenal Larraona, de quien yo había sido alumno en la Laterana y que había sido nombrado prefecto de la Comisión Conciliar para la Liturgia, me llamó para decirme que había sugerido mi nombre para perito de esa Comisión. Objeté que ya me hallaba comprometido para otras dos, como perito conciliar, sobre todo para la de seminarios y universidades.
Pero él insistió en que un canonista debía participar debido a la significación del derecho canónico en los requerimientos de la liturgia. Por lo tanto, y asumiendo una obligación que no había buscado, viví la experiencia del Vaticano II desde el principio.
En general, la liturgia había sido colocada como el primer tópico en el orden de los temas a tratarse. Fui nombrado en una subcomisión que debía considerar los modi de los primeros tres capítulos y tenía también que preparar los textos que se llevarían al recinto conciliar para discusión y votación. Esta Subcomisión consistía de tres obispos –el Arzobispo Callewaert de Gantes, como presidente, el Obispo Enciso Viana de Mallorca y, si no me equivoco, el Obispo Pichler de Yugoslavia– y de tres peritos: el Obispo Marimort, el claretiano español Padre Martínez de Antoñana y yo. Pude conocer así, con claridad, los deseos de los Padres Conciliares así como el sentido correcto de los textos que el Concilio votó y adoptó.
http://www.olfatima.com/stickl4.jpgEL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL ROMANO. Podrá comprenderse mi asombro cuando comprobé que, de muchos modos, la edición final del nuevo Misal Romano no se correspondía con los textos Conciliares que yo conocía tan bien, y que contenía mucho que ampliaba, cambiaba, y hasta iba directamente contra las provisiones Conciliares. Como conocía con precisión todo el procedimiento del Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y el proceso de los modi hasta las repetidas votaciones que llevaban a las formulaciones finales, como también los textos que incluían las regulaciones precisas para la implementación de la reforma deseada, pueden ustedes imaginar mi estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación, especialmente con respecto a contradicciones específicas y cambios que necesariamente tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al Cardenal Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la Congregación de los Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien había renunciado a la prefectura de dicha congregación el 9 de enero de ese año.
Le solicité una audiencia en su departamento, que me concedió el 19 de noviembre de 1969 (aquí quisiera hacer notar, incidentalmente, que la fecha de la muerte del Cardenal Gut aparece, repetidamente, adelantada un año en las memorias del Arzobispo Bugnini : 8 de diciembre de 1969, en vez de la correcta, de 1970).
Me recibió muy cordialmente, a pesar de que estaba visiblemente muy enfermo, y pude, por así decirlo, abrirle mi corazón. Me dejó hablar sin interrupción durante media hora, y entonces me dijo que compartía plenamente mi preocupación. Enfatizó, de todos modos, que la Congregación de los Ritos no tenía la culpa, ya que el trabajo de reforma en su totalidad había sido efectuado por un Consilium, que había sido nombrado por el Papa específicamente con ese fin, y para el cual Pablo VI había elegido al Cardenal Lercaro como presidente y al padre Bugnini como secretario. Este grupo trabajó bajo la supervisión directa del Papa.
He aquí que el padre Bugnini había sido secretario de la Comisión Conciliar Preparatoria para la Liturgia. Como su trabajo no había sido satisfactorio –había tenido lugar bajo la dirección del Cardenal Gaetano Cicognani– no fue promovido a secretario de la Comisión Conciliar. En su lugar fue nombrado Fray Ferdinando Antonelli OFM (más tarde Cardenal). Un grupo organizado de liturgistas hizo ver a Pablo VI esta postergación como una injusticia hacia el P. Bugnini, y se las arreglaron para lograr que el nuevo Papa, que era muy impresionable ante estos procederes, reparara la "injusticia" nombrando al P. Bugnini secretario del nuevo Consilium responsable de implementar la reforma.
Estos dos nombramientos, del Cardenal Lercaro y del P. Bugnini, para lugares clave en el Consilium, hicieron posible que se oyeran voces que no habían sido oídas durante el proceso del Concilio y, de la misma manera, se silenciaran otras que sí lo habían sido. Además, el trabajo del Consilium se llevó a cabo en áreas de trabajo inaccesibles a quienes no fueran miembros del mismo.
Con el fin de establecer la coincidencia o la contradicción entre las reglamentaciones del Concilio y la reforma tal cual fue llevada a cabo, veamos brevemente las instrucciones Conciliares más importantes relativas al trabajo de reforma.
Las instrucciones generales, que conciernen sobre todo a los fundamentos teológicos, están contenidas principalmente en el artículo 2 de Sacrosantum Concilium. Aquí se establecen primeramente la naturaleza terreno-celestial de la Iglesia, su Misterio, tal como la liturgia debería expresarlo: todo lo humano debe estar ordenado y subordinado a lo divino; lo visible a lo invisible; lo activo a lo contemplativo; el presente a la futura Ciudad de Dios que buscamos. De acuerdo con esto, la renovación de la liturgia debe ir de la mano con el desarrollo y la renovación del concepto de Iglesia.
El artículo 21 deja asentada la condición previa para cualquier reforma litúrgica: que hay en la liturgia una parte inmutable, pues fue decretada por Dios, y partes que pueden ser cambiadas, o sea aquellas que se introdujeron en el curso del tiempo en forma impropia o han probado ser menos apropiadas. Los textos y los ritos deben corresponderse con la orden establecida en el artículo 2, y por esto pueden ser mejor entendidos y mejor experimentados por el pueblo. En el artículo 23 aparecen sobre todo guías prácticas que deben ser seguidas para lograr la correcta relación entre tradición y progreso. Debe emprenderse una precisa investigación teológica, histórica y pastoral; además, se deben considerar las leyes generales de la estructura y del sentido de la liturgia, y la experiencia derivada de las reformas litúrgicas más recientes. Luego, se deja establecido como norma general que la innovación se puede introducir solamente si un genuino beneficio para la Iglesia lo demanda. Finalmente, las nuevas formas deben surgir orgánicamente de aquellas ya existentes.
Conviene señalar las normas prácticas para la tarea de la reforma que surgen de la naturaleza didáctica y pastoral de la liturgia. De acuerdo con el artículo 33, la liturgia es principalmente el culto a la majestad de Dios, por el cual los creyentes entran en relación con Él por medio de signos visibles que la liturgia usa para expresar realidades invisibles, signos que fueron elegidos por Cristo mismo o por la Iglesia. Hay aquí un eco vibrante de lo que el Concilio de Trento ya recomendaba con el fin de proteger su patrimonio del vacío racionalista e insípido del culto protestante, patrimonio que el Santo Padre en sus escritos a las iglesias orientales ha caracterizado como su tesoro especial. Este "tesoro especial" también merece
http://www.acidigital.com/Cardeais/images/stickler.jpgEl Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se
adhiriera a la tradición. Todas las reformas, a excepción de la post-conciliar, observaron esta regla básica

ser una fuente de alimento para la Iglesia Católica. Se distingue por ser rico en simbolismo, proveyendo de esa manera educación didáctica pastoral y enriquecimiento, haciéndolo especialmente adecuado hasta para la gente más sencilla.
Cuando consideramos que las iglesias Ortodoxas –a pesar de su separación de la roca de la Iglesia– a través de la expresión simbólica y el desarrollo teológico que continuamente se incorporaron a su liturgia han preservado las creencias correctas y los sacramentos, toda reforma litúrgica católica debería más bien aumentar la riqueza simbólica de su forma de culto en vez de disminuirla –a veces hasta drásticamente–.
En lo que concierne a las guías prácticas para partes específicas de la liturgia –sobre todo para lo central, el sacrificio de la Misa– es suficiente concentrarse en unos pocos puntos especialmente significativos para la reforma del Ordo Missae.
Para ello, deben enfatizarse especialmente dos directivas Conciliares. En el artículo 50 se da, primeramente, la directiva de que en la reforma debe manifestarse más claramente la naturaleza intrínseca de las varias partes de la Misa y la conexión entre ellas con el fin de facilitar la activa y devota participación de los fieles.
Como consecuencia, se enfatiza que los ritos deben ser simplificados pero manteniendo al mismo tiempo fielmente su sustancia, y que ciertos elementos que habían sido duplicados en el curso de los siglos o agregados de manera no especialmente oportuna, debían ser nuevamente eliminados; mientras que otros, que habían sido perdidos con el paso del tiempo, serían restaurados en armonía con los padres Conciliares hasta donde pareciera apropiado o necesario.
http://4.bp.blogspot.com/_ZJrzOMqVQ1s/S29ZxOlWxgI/AAAAAAAADlU/Lkc4gDUD7vA/S240/Cardinal+Stickler-2.jpgEL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN EL SILENCIO. En lo que concierne a la participación de los fieles, los varios elementos de compromiso exterior están indicados en el artículo 30, con énfasis especial en el silencio necesario en los momentos debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en el artículo 48, con una nota especial sobre la participación interior, a través de la cual la adoración a Dios y la obtención de la Gracia, juntamente con el sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes, logra sus frutos.
EL LENGUAJE LITÚRGICO. El Artículo 36 habla del lenguaje litúrgico en general, y el artículo 54 de los casos particulares de la Misa. Luego de una discusión que duró varios días, en la cual se discutieron los argumentos a favor y en contra, los padres Conciliares llegaron a la clara conclusión – en total acuerdo con el Con-cilio de Trento– de que el Latín debía ser mantenido como la lengua del culto para el rito Latino, aunque eran posibles y aún bienvenidos los casos excepcionales. Volveremos sobre este punto en detalle.
EL CANTO GREGORIANO. El artículo 116 habla extensamente sobre el canto gregoriano, haciendo notar que éste ha sido el canto clásico de la liturgia católica desde el tiempo de Gregorio el Grande, y que como tal debe ser mantenido. La música polifónica también merece atención y estudio. Los demás artículos del capitulo VI, sobre música sacra, hablan del canto y la música apropiados para la Iglesia y la liturgia, y enfatiza espléndidamente el importante, ciertamente fundamental, papel del órgano en la liturgia Católica.
El artículo 107 analiza la reforma del año litúrgico, poniendo énfasis en la afirmación o reintroducción de los elementos tradicionales y reteniendo su carácter específico. Se enfatiza particularmente la importancia de las fiestas del Señor y en general del Propium de tempore en la secuencia anual, en el cual algunas fiestas sagradas debían dejar su lugar para que la completa efectividad de la celebración de los misterios de la redención no fuera menoscabada.
Por cierto que estas menciones sobre la reforma litúrgica a la luz de la Constitución para la Liturgia no son completas en lo que concierne a los distintos temas considerados ni a cómo fueron tratados. Seleccionaré muchos y variados ejemplos que parecen necesarios para llegar a una conclusión convincente.
La Iglesia y la liturgia crecen y se desarrollan juntas, pero siempre de modo que lo terreno se organice en torno a lo celestial. La misa viene de Cristo; fue adoptada por los apóstoles y sus sucesores como también por los Padres de la Iglesia. Se desarrolló orgánicamente con el mantenimiento consciente de su substancia. La liturgia se desarrolló conforme a la Fe que está contenida en ella; por esto podemos decir con el Papa Celestino I, en sus escritos a los obispos Galicanos en el año 422: Legem credendi lex statuit supplicandi: la liturgia contiene y, en formas adecuadas y comprensibles, expresa la Fe. En este sentido, el contenido de la liturgia participa del contenido de la Fe misma y, ciertamente, contribuye a protegerla. Nunca se ha visto, entonces, en ninguno de los ritos cristianos católicos, una ruptura, una creación radicalmente nueva – a excepción de la reforma post-conciliar. Pero el Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se adhiriera a la tradición. Todas las reformas, comenzando con Gregorio I, a lo largo de la Edad Media, durante el ingreso a la Iglesia de los pueblos más dispares con sus variadas costumbres, observaron esta regla básica.
Esta es, incidentalmente, una característica de todas las religiones, incluidas las no reveladas, que prueba que un apego a la tradición es común a todo culto religioso, y por lo tanto es algo natural.
No es sorprendente, por lo tanto, que cada brote herético de la Iglesia Católica haya generado una revolución litúrgica, como es claramente reconocible en el caso de los protestantes y anglicanos; mientras que las reformas efectuadas por los papas y particularmente estimuladas por el Concilio de Trento y llevadas adelante por el Papa San Pío V, como de las de San Pío X, Pío XII y Juan XXIII, no fueron revoluciones, sino meramente correcciones insignificantes, alineamientos y enriquecimientos. No debía introducirse nada nuevo, como el Concilio dice expresamente refiriéndose a la reforma deseada por los Padres Conciliares, salvo que lo demandara el bien genuino de la Iglesia.
MULTIPLICIDAD PRÁCTICAMENTE ILIMITADA. Hay varios ejemplos de lo que la reforma post-conciliar de hecho produjo, sobre todo, en su mismo corazón, el radicalmente nuevo Ordo Missae. El nuevo introito de la Misa asegura un lugar destacado a muchas variantes, y por medio de posteriores concesiones a la imaginación de los celebrantes con sus comunidades, ha ido llevando a una multiplicidad prácticamente ilimitada. De cerca le sigue el Leccionario, al cual volveremos en conexión con otro asunto.
EL OFERTORIO, UNA REVOLUCIÓN. Luego de esto viene el Ofertorio, el cual, en sus textos y contenido, representa una revolución. Ya no aparece como el antecedente del sacrificio sino, solamente, como una preparación de los dones, con sentido evidentemente humanizado, lo que nos impresiona como artificioso del principio al fin. En Italia fue llamado el sacrificio de los coltivatori diretti, esto es, de la poca gente que aún cultiva personalmente sus pequeñas parcelas de tierra, mayormente antes y después de su ocupación principal. Debido a los grandes medios técnicos a disposición de la agricultura, que hoy sólo se pueden obtener por vía de la industria, para la producción del pan se utiliza muy poco trabajo del hombre. Desde la arada hasta la cosecha de la cual proceden los granos de trigo son necesarias muy pocas manos humanas. La substitución de la ofrenda de los dones para el sacrificio por realizarse es más bien un desafortunado y anacrónico simbolismo que escasamente puede reemplazar los varios elementos simbólicos genuinos que fueron suprimidos.
Se hizo también tabula rasa con los gestos altamente recomendados por el Concilio de Trento y solicitados por el Concilio Vaticano II, como también muchas Señales de la Cruz, besos al altar y genuflexiones.
EL SACRIFICIO. El centro esencial, la acción sacrifical en sí misma, sufrió un perceptible desvío hacia la Comunión, habiendo sido el Sacrificio de la Misa en su totalidad transformado en una comida Eucarística, mientras que en la conciencia de los creyentes los componentes integrantes de la Comunión reemplazaron al componente esencial del acto transformador del sacrificio. El cardenal Ratzinger también ha determinado expresamente, en referencia a las más modernas investigaciones dogmáticas y exegéticas, que es teológicamente falso comparar la comida con la Eucaristía, lo que ocurre prácticamente siempre en la nueva liturgia.
Con esto el terreno queda preparado para otro cambio esencial: en lugar del sacrificio ofrecido por un sacerdote ungido como alter Christus viene la comida comunitaria de los fieles convocados bajo la presidencia del sacerdote. La intervención de los cardenales Ottaviani y Bacci persuadió al Papa de trastocar la definición que confirmaba este cambio en el Sacrificio de la Misa, por lo que fue ¨destruida¨ por orden de Pablo VI. La corrección de la definición, de todos modos, no resultó en ningún cambio en el propio Ordo Missae.
CELEBRACIÓN VERSUS POPULUM. Estos cambio del corazón del Sacrificio de la Misa fueron confirmados y estimulados por la celebración versus populum, una práctica que anteriormente había sido prohibida y que era una marcha atrás de toda la tradición de celebración hacia el Este, en la cual el sacerdote no era la contraparte del pueblo sino más bien alguien que actuaba in persona Christi, bajo el símbolo del sol naciendo en el Este.
LA FÓRMULA DE CONSAGRACIÓN DEL VINO Y EL MISTERYUM FIDE. Es pertinente señalar un cambio muy serio en la fórmula de la consagración del vino en la Sangre de Cristo: las palabras Mysterium fidei fueron eliminadas, e insertadas luego como una exclamación en conjunto con el pueblo, todo un golpe para la "actuosa participatio".
¿Qué dice expresamente la investigación histórica que el Concilio ordenó como previa a la realización de cualquier cambio? Que esas palabras datan de las primeras tradiciones de la Iglesia Romana que nos son conocidas, que nos fueron transmitidas por San Pedro. San Basilio, quien a través de sus estudios en Atenas estaba ciertamente familiarizado con la tradición occidental, dice a propósito de las fórmulas de todos los sacramentos, que no habían sido escritas en las bien conocidas sagradas escrituras de los apóstoles y sus sucesores y discípulos, con motivo de la disciplina de secreto que entonces imperaba, por lo cual los más sagrados misterios de la Iglesia no debían estar al alcance de los paganos. Dice expresamente, como todos los testigos del cristianismo que participan de la misma convicción, que además de las enseñanzas escritas que nos fueron entregadas, tenemos otras que in mysteria tradita sunt y que datan de la época de los apóstoles; dice que ambas tienen el mismo valor y que nadie debe contradecir ninguna de las dos. Como un ejemplo, cita expresamente las palabras por las cuales el pan Eucarístico y el Cáliz de Salvación son consagrados. ¿Cuáles de los santos nos las han entregado escritas?





Santo Tomás dice que las palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina



Todos los subsiguientes períodos de la historia testimonian expresamente sobre esta herencia histórica en la fórmula de la Consagración Eucarística: el sacramentario gelasiano –el misal más antiguo de la Iglesia Romana– contiene en el códice vaticano en el texto original las palabras ¨mysterium fidei", y no como una adición posterior.
La gente siempre se ha preguntado sobre el origen de estas palabras. En 1202, Juan, arzobispo emérito de Lyons, preguntó al papa Inocencio III, cuyos conocimientos litúrgicos eran bien conocidos, si uno debía creer que las palabras del canon de la Misa que no provienen de los evangelios fueron transmitidas por Cristo y los apóstoles a sus sucesores. El Papa respondió en una larga carta de Diciembre de ese año que debemos creer que estas palabras que no están en los Evangelios fueron recibidas de Cristo por los apóstoles y de ellos pasaron a sus sucesores. El hecho de que esta decretal (incluida en la colección de cartas decretales de Inocencio III y que fueron compiladas por Raimundo de Peñafort por orden del Papa Gregorio IX) no fuera excluida como lo fueron otras, prueba el prolongado valor otorgado a esta afirmación del gran Papa.
Santo Tomás habla largamente sobre este tema en la Summa Theologiae III, q. 78,art. 3, que trata de las palabras de la consagración del vino. Explicando la arcana necesaria disciplina de la antigua Iglesia, dice que las palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina, que fue entregada a la Iglesia por los apóstoles, haciendo especial referencia a 1 Cor. 10(11) -23 y a 1 Tim. 3-9. Un comentarista se refiere a DD Gousset en la edición de 1939 de MARIETTI : ¨sarebbe un grandissimo errore sostituire un´altra forma eucharistica a quella del Missale Romano ... di sopprimere ad esempio la parola aeterni e quella mysterium fidei che abbiamo dalla tradizione¨. También el Concilio de Florencia, en la bula de unión con los Jacobitas, añade expresamente la fórmula de la consagración en la Santa Misa, que la iglesia Romana ha usado siempre fundándose en la enseñanza y autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo.
Uno se extraña de la manera supremamente desdeñosa con la que el Cardenal Lercaro y el P. Bugnini prescindieron de la obligación de emprender una investigación histórica y teológica detallada en el caso de un cambio tan fundamental. Si semejante cosa tuvo lugar a este respecto, ¿cómo habrán cumplido esta obligación fundamental antes de hacer otros cambios?
La Eucaristía no es sólo el misterio único de nuestra fe, es también un misterio perdurable, del que siempre debemos permanecer conscientes. Nuestra vida eucarística de todos los días requiere un intermediario que abrace completamente este misterio – sobre todo en la edad moderna, en la cual la autonomía y autoglorificación del hombre moderno se resisten a todo concepto que vaya más allá del conocimiento humano, que le recuerde sus limitaciones. Cada concepto teológico se transforma para él en un problema, y la liturgia, especialmente como soporte de la fe, se vuelve permanentemente objeto de desmistificación, esto es, de humanizarla al punto de hacerla absolutamente comprensible. Por esta razón, la desaparición de mysterium fidei de la fórmula eucarística se convierte en un símbolo poderoso de desmitologización, un símbolo de la humanización de lo central del culto divino, la Santa Misa.
ACTUOSA PARTICIPATIO. Con esto, llegamos a varias falsas interpretaciones -e igualmente falsas implementaciones- de una demanda central de los reformadores: una ferviente, activa participación de los fieles en la celebración de la Misa. El principal propósito de su participación es lo que el Concilio dice expresamente: el culto a la majestad de Dios (esto no excluye la posibilidad de que la participación también sea activada dentro de la comunidad).
Sobre todo, esta actuosa participatio fue solicitada como resultado de la apatía frecuentemente lamentada de los que asistían a misa en el período preconciliar. Si de la misma resulta un hablar y hacer sin fin, que permite a todos volverse activos en forma del bullicio y animación que son propios de toda asamblea humana, hasta los momentos más sagrados del encuentro eucarístico con el Dios-Hombre se transforman en los más hablados y distraídos. El misticismo contemplativo del encuentro con Dios y su culto, sin decir nada de la reverencia que debería acompañarlo, muere instantáneamente: el elemento humano mata al divino, y llena el alma de vacío y desilusión.
EL IDIOMA DEL CULTO. Aquí se debe mencionar un punto más, un decreto del Concilio no solamente mal entendido sino también completamente negado: el idioma del culto. Estoy muy al tanto de la discusión. Como experto en la comisión para los seminarios, me fue confiada la cuestión de la lengua latina. Demostró ser breve y concisa, y luego de larga discusión se la llevó a una forma que satisfacía los deseos de todos los miembros y estaba lista para ser presentada en el aula Conciliar. Entonces, en una inesperada solemnidad, el Papa Juan XXIII firmó la Carta Apostólica Veterum Sapientiae sobre el altar de San Pedro. De acuerdo a la opinión de la comisión, eso hacía superflua la declaración del Concilio sobre el latín en la Iglesia (en ese documento se pronunció no sólo sobre la relación entre la lengua latina y la liturgia, sino sobre todas sus otras funciones en la vida de la Iglesia.)
Mientras el tema de la lengua de culto era discutida en el aula Conciliar durante varios días, seguí el proceso con gran atención, como también las varias redacciones de la Constitución para la Liturgia hasta la votación final. Aún recuerdo muy bien cómo luego de varias propuestas radicales un obispo siciliano se puso de pie e imploró a los padres que permitieran que la cautela y la razón reinaran en este punto, porque de otro modo habría el peligro de que toda la Misa se celebrara en la lengua del pueblo, lo provocó que toda el aula estallara en sonoras risas.
Por lo tanto, nunca pude comprender cómo el Arzobispo Bugnini pudo escribir, a propósito de la transición radical y completa del latín prescripto al uso exclusivo de la lengua vulgar en el culto, que el Concilio había dicho prácticamente que la lengua vernácula en toda la Misa era una necesidad pastoral (op. cit., pp 108-121; estoy citando del la edición original italiana).
Por el contrario, puedo atestiguar el hecho que, de acuerdo a la redacción de la Constitución Conciliar sobre esta cuestión, tanto en la parte general (art. 36) como en las reglamentaciones especiales para el Sacrificio de la Misa (art. 54) los padres conciliares mantuvieron una acuerdo prácticamente unánime, sobre todo en la votación final: 2152 votos a favor y sólo 4 en contra. En mi investigación para el decreto conciliar sobre el idioma latino, caí en cuenta de la opinión concurrente de la entera tradición: hasta el Papa Juan XXIII, todos los esfuerzos en contrario encontraron una actitud claramente contraria. Consideremos en particular la afirmación del Concilio de Trento, sancionada con anatema, contra Lutero y el Protestantismo, de Pío VI contra el Obispo Ricci y el Sínodo de Pistoya; y del Papa Pío XI, que juzgó el lenguaje de culto de la Iglesia como "non vulgaris ". Y aún esta tradición no es solamente una cuestión de ritual, a pesar de que ése sea el aspecto enfatizado siempre; más bien, es importante porque la lengua latina actúa como una cortina reverente contra la profanación (en lugar de la iconostasis de los orientales, detrás de la cual tiene lugar la anaphora) y por el peligro de que, a través de la lengua vulgar, todo el acto de la Misa pueda ser profanado, como de hecho ocurre hoy en día. La precisión de la lengua latina, además, hace justicia a los contenidos didácticos y doctrinales de la liturgia en forma única, protegiendo la verdad de la ofuscación y la adulteración. Finalmente, la universalidad del latín representa y sostiene la unidad de toda la Iglesia.
PRO MULTIS. Por su importancia práctica, me gustaría adentrarme con ejemplos en las dos razones recién mencionadas. Un buen amigo me hace enviar el Deutsche Tagepost regularmente. Siempre leo la penúltima hoja, en la que el equipo editorial, muy laudablemente, da a los lectores la oportunidad de expresar puntos de vista opuestos en cartas al editor. Una serie continua de dichas cartas se refería en detalle al "pro multis" del texto latino de la consagración y con su traducción como "por todos". Una y otra vez se referían a la filología, la que muchas veces se transforma en el amo en lugar de ser meramente la ayudante de la teología. Monseñor Johannes Wagner dice en su "Liturgiereformerinnerugen" (1993) que los italianos fueron los primeros en introducir esta traducción, a pesar de que él hubiera preferido la traducción literal de "muchos". Desafortunadamente, nunca he visto recurrirse a un argumento de primer orden contenido en el Catecismo Romano Tridentino, que es a la vez teológicamente decisivo y pastoralmente de extrema importancia. Allí la distinción teológica está claramente enfatizada: el "pro omnibus" indica la fuerza que la Redención tiene "para todos". Si uno toma en consideración, de todos modos, el fruto que resulta de esa salvación a los hombres, la Sangre de Cristo no es efectiva para todos, sino más bien para "muchos", esto es, para aquellos que aprovechan sus beneficios. Es correcto entonces aquí no decir para "todos", puesto que en este pasaje se habla solamente de los frutos del sufrimiento de Cristo, que alcanzan sólo a los elegidos. Se puede aquí encontrar aplicación para lo que el apóstol dijo en Heb. 9 : 28, que Cristo se sacrificó una sola vez por los pecados de ¨muchos¨, y la distinción de Cristo mismo : "Oro por ellos; no oro por el mundo, sino por aquellos que Tú me diste, porque te pertenecen". Todas estas palabras de la consagración contienen muchos secretos que los pastores deben reconocer a través del estudio y con la ayuda de Dios.
No es difícil ver aquí verdades pastorales de extraordinaria importancia presentes en los contenidos dogmáticos de la lengua de culto latina, que inconscientemente (o también conscientemente) quedan cubiertos por una traducción impropia.
UNA DESGRACIA PASTORAL. EL ABANDONO DEL LATÍN COMO LENGUA DEL CULTO. Una segunda y más grande fuente de desgracia pastoral, nuevamente contra la voluntad explícita del Concilio, resulta de abandonar el latín como lengua de culto. El latín juega un rol de lenguaje universal que unifica el culto público de la Iglesia sin ofender ninguna lengua vernácula.
Reviste mayor importancia hoy, en un tiempo en que el desarrollo del concepto de Iglesia encandila a todo el Pueblo de Dios, del único cuerpo Místico de Cristo, resaltado en otro lugar de la reforma.
Al introducir el uso exclusivo de la lengua vernácula, la reforma deja fuera de la unidad de la Iglesia a varias pequeñas iglesias, separadas y aisladas. ¿Dónde está la posibilidad pastoral para los católicos, a través de todo el mundo, de encontrar su Misa, para vencer diferencias raciales a través de una lengua común de culto, o por lo menos, en un mundo cada vez más pequeño, poder simplemente rezar juntos, como lo pide explícitamente el Concilio ?¿Donde está ahora la factibilidad pastoral de que un sacerdote ejerza el acto más altamente sacerdotal –la Santa Misa–- en todas partes, sobre todo en un mundo donde faltan sacerdotes?


Uno no puede sorprenderse cuando descubre que en
cada parroquia parece regir un Ordo diferente



EL LECCIONARIO DE TRES AÑOS, UN CRIMEN CONTRA LA NATURALEZA. En la Constitución Conciliar no se habla en ninguna parte de la introducción de un leccionario de tres años. A través de esto la comisión de reforma se hizo culpable de un crimen contra la naturaleza. Un simple año calendario hubiera bastado para todos los deseos de cambio. El Concilium pudo haberse mantenido dentro de un ciclo anual, enriqueciendo las lecturas con tantas y tan variadas posibilidades de elección como quisieran sin alterar el curso normal del año. En cambio, fue destruido el viejo orden de lecturas, y fue introducido uno nuevo, con una gran carga y gasto en libros, en los que se podían instalar tantos textos como fuera posible, no solamente del mundo de la Iglesia sino –como se practicó ampliamente– del mundo profano. A parte de las dificultades pastorales por parte de los filigreses para comprender textos que necesitan exégesis especiales, resultó ser una oportunidad –que fue aprovechada– para manipular los textos retenidos con el fin de introducir nuevas verdades en lugar de las viejas. Pasajes pastoralmente impopulares –frecuentemente de significación teológica y moral fundamentales– fueron simplemente eliminados. Un clásico ejemplo es el texto de 1 Cor. 11 :27-29: aquí, en la narración de la institución de la Eucaristía, ha sido dejada fuera continuamente la seria exhortación final sobre las graves consecuencias de recibirla impropiamente, aún en la fiesta de Corpus Christi. La necesidad pastoral de ese texto vista la actual recepción de la comunión sin confesión y sin reverencia es obvia.
Los desatinos que se pueden cometer con las nuevas lecturas, especialmente en sus palabras introductorias y conclusivas, son ejemplificados por la nota de Klaus Gamber al final de la lectura del primer domingo de Cuaresma del Ciclo A, que habla de las consecuencias del Pecado Original : ¨Entonces los ojos de ambos se abrieron y supieron que estaban desnudos¨. Luego de lo cual la gente, ejerciendo su vívida y activa participación debe contestar: ¨Demos gracias a Dios¨.
Yendo más allá, ¿por qué era necesaria la alteración de la secuencia de las fiestas sacras? Si algún cuidado era necesario era aquí, por interés pastoral y conciencia del apego del pueblo a las fiestas de sus Iglesias locales, cuyo desarreglo temporario tenía que tener una muy mala influencia en la piedad popular. Los que implementaron la reforma litúrgica parecen no haber sentido la menor conmiseración con estas consideraciones, a pesar de los artículos 9, 12, 13 y 37 de la Constitución para la liturgia.
SENTENCIA DE MUERTE PARA LAS MELODÍAS GREGORIANAS. Unas breves palabras deben ser dichas aún sobre las reglamentaciones conciliares sobre música litúrgica. Nuestros reformadores ciertamente no compartían los grandes elogios por el canto gregoriano que expresaban más y más los observadores seculares y los entusiastas. La abolición radical (sobre todo por la creación de nuevas partes corales para la Misa) del Introito, Gradual, Tracto, Alleluia, Ofertorio, Comunión (y esto especialmente como una oración especial de la comunidad), a favor de otras de duración considerablemente mayor, fue una sentencia de muerte silenciosa para las maravillosas y variables melodías gregorianas, con la excepción de las simples melodías del las partes fijas de la Misa, a saber el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus/ Benedictus, y Agnus Dei, y esto sólo para unas pocas misas. Las instrucciones del Concilio sobre la protección y respaldo a este antiguo canto de la Iglesia se encontraron en la práctica con una epidemia fatal.
EL ÓRGANO. El tan apreciado instrumento de la Iglesia, el órgano, experimentó un destino similar con la abundante sustitución de instrumentos, cuya enumeración y caracterización dejaré a vuestra rica experiencia personal, con la única observación de que han preparado el camino para la entrada de elementos diabólicos en la música de la Iglesia.
LA "CREATIVIDAD", OTRA ABIERTA VIOLACIÓN DEL CONCILIO. La laxitud permitida para innovar representa un último tema importante en este listado de elementos prácticos de la reforma. Esa laxitud está presente en el Orden de la Misa en su original latino. Entre los varios órdenes nacionales, el Orden Alemán de la Misa sobresale por mostrar muchas más concesiones de este tipo. Prácticamente elimina el estricto, absoluto edicto de art. 22, &3, de la constitución Conciliar, que dice que nadie, ni siquiera un sacerdote, puede de su propia autoridad agregar, saltear o alterar nada. Las violaciones durante todo el proceso de la Misa que están levantándose más y más contra este edicto del Concilio, están siendo la causa de un desorden resonante, que el viejo Ordo Latino, con su tan lamentada rigidez, impidió tan exitosamente. El nuevo garante del orden contribuye así al desorden, y uno no puede, entonces, sorprenderse cuando una y otra vez descubre que en cada parroquia parece regir un Ordo diferente.
CRÍTICAS A LA REFORMA. Con eso hemos llegado a las públicas, aunque limitadas, críticas sobre la reforma de la Misa. El propio Arzobispo Bugnini las expone con destacable honestidad en las páginas 108 - 121 de sus memorias de la reforma, sin poder refutarlas. En sus memorias y en las de Monseñor Wagner, la inseguridad del Concilium sobre las reformas que tan apresuradamente llevaron a cabo es obvia. También aparece allí poca sensibilidad



Crítica desvastadora del Cardenal Daneels, primado de Bélgica: la liturgia transformada en un verdadero "happening"



hacia las previas investigaciones ¨teológicas, históricas y pastorales¨ ordenadas por el Concilio como necesarias antes de cualquier alteración. Por ejemplo, la experta capacidad de Monseñor Gamber, el historiador de liturgia alemán, fue completamente ignorada. El apuro incomprensible en que se dio forma a la reforma y en que fue hecha obligatoria causó que obispos influyentes que estaban todo menos apegados a la tradición, lo reconsideraran. Un monseñor que había acompañado al Cardenal Döpfner como secretario a Salzburgo para sancionar una resolución de los obispos de habla alemana para la activación del Nuevo Ordo de la misa en sus países me contó que el Cardenal estaba muy reticente en su viaje de retorno a Munich. En ese momento expresó brevemente su miedo de que un asunto pastoral tan delicado hubiera sido tratado con tanto apuro.
VALIDEZ DOGMÁTICA Y JURÍDICA DEL NOVUS ORDO. Con el fin de evitar cualquier malentendido, quisiera enfatizar que nunca he puesto en duda la validez dogmática o jurídica del Novus Ordo Missae, a pesar de que en el orden jurídico me han asaltado serias dudas en vista de mi intenso trabajo con los canonistas medievales. Ellos tienen la opinión unánime de que los papas pueden cambiar cualquier cosa con la excepción de lo que prescriben las Sagradas Escrituras, o lo que concierne a las decisiones doctrinales del más alto nivel tomadas previamente, y el status ecclesiae. No hay perfecta claridad con respecto a este concepto. El apego a la tradición en el caso de cosas fundamentales que han influído en forma concluyente sobre la Iglesia en el curso de los tiempos, ciertamente pertenece a este status fijo, inmutable, del que el Papa no tiene derecho a disponer. El significado de la liturgia para el íntegro concepto de la Iglesia y su desarrollo, que fue también enfatizado por el Concilio Vaticano II como inmutable en su naturaleza, nos lleva a creer que de hecho debería pertenecer al status ecclesiae.
OTRAS CRÍTICAS. Debe decirse de todos modos que estos excesos lamentables, que sobre todo son consecuencia de las discrepancias entre la Constitución Conciliar y el Novus Ordo, no ocurren cuando la nueva liturgia es celebrada reverentemente, como es el caso siempre, por ejemplo, que el Santo Padre ofrece la Misa. Igualmente no puede escapar a los expertos en la antigua liturgia, qué gran diferencia existe entre el corpus traditionem que estaba vivo en la vieja Misa, y el Novus Ordo inventado, en decidida desventaja para el segundo. Pastores, académicos y fieles laicos lo han notado, por supuesto; y la multitud de voces opositoras aumentó con el tiempo. Por esto el propio Papa reinante, en su Carta Apostólica Domiicae Cenae del 24 de febrero de 1980, con respecto al misterio y al culto eucarístico, señaló que las cuestiones concernientes a la liturgia, sobre todo a la Eucaristía, jamás debían ser ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia; se trata ciertamente, dijo, ¨del sacramento de la piedad, el símbolo de la unidad, y el vínculo de la caridad¨.
En su carta apostólica con motivo del vigésimo quinto aniversario de la aprobación de la Constitución para la Sagrada Liturgia el 4 de diciembre de 1963, que fue publicada el 4 de diciembre de 1988, luego de elogiar la renovación en la línea de la tradición, el Papa trata sobre la aplicación concreta de la reforma: señala las dificultades y los resultados positivos, pero también detalla las aplicaciones incorrectas. También dice expresamente que es el deber de la Congregación para el Culto Divino proteger los grandes principios de la liturgia católica, como se manifestaron y desarrollaron en la Constitución para la Liturgia, y tener presentes las responsabilidades de las conferencias episcopales y de los obispos
El Cardenal Ratzinger, protector de la Fe (y del culto conexo a ésta) más cercano al Papa, ha hecho repetidos comentarios sobre la reforma litúrgica post-conciliar y ha sometido sus problemas teológicos y pastorales a una crítica constructiva, con singular profundidad y claridad. Les recuerdo solamente el libro ¨La Fiesta de la Fe¨ (1981), el prólogo a la traducción francesa del breve y básico libro de Klaus Gamber, y finalmente las referencias en sus libros recientes, ¨Sal de la Tierra¨ y su autobiografía ¨Mi vida¨, ambos publicados en 1997.
Entre los obispos de habla alemana, el responsable de la liturgia en la conferencia episcopal austríaca señaló en 1995 que el Concilio no había intentado una revolución sino una reforma de la liturgia que fuera fiel a la tradición. En cambio, dijo, un culto de espontaneidad e improvisación carga con parte de la culpa de la tendencia declinante del número de asistentes a Misa.
Por último, el Primado de Bélgica, Cardenal Daneels, que ciertamente no puede ser tomado por retrógrado, ha sometido toda la reforma a una crítica devastadora: ha habido un giro de 180 grados, dice, en la transición de una obediencia a las rúbricas, a su libre manipulación, con lo cual uno mismo hace uso de la liturgia con el fin de transformar el servicio y el culto a Dios en una asamblea creativa del pueblo, un verdadero ¨happening ¨, un discurso en que el individuo quiere representar un rol en lugar del Hijo de Dios, Jesucristo, en cuya casa es un invitado. El deseo del hombre por comprender el servicio, dice Daneels, no debería conducir a una creatividad humana subjetiva, sino a una penetración en los misterios de Dios. Uno no tendría que explicar la liturgia, sino vivirla como una ventana a lo invisible.
Cuando descendemos a rangos más bajos en la escala de los hijos de Dios, encontramos

Max Thurian: la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la
oración, la contemplación y el silencio


aún entre los miembros del Concilium un colega Me gustaría agregar brevemente como referencia indicado como crítico por el Arzobispo Bugnini: rencia ecuménica, dos experiencias de las Igle-
el P. Louis Bouyer, quIen no ha permanecido en sias Orientales. Durante su visita a fines del
silencio desde entonces. Concilio, representantes del Patriarcado de
Constantinopla dijeron en conversaciones per-
En Italia, la crítica contundente ¨The Torn Tunic¨ (1967) por el escritor laico de bajo perfil Tito Casini, con un prólogo del Cardenal Bacci, hizo sensación. Lentamente más y más grupos de laicos, a los que pertenecían muchos intelectuales de alto nivel, se organizaron en movimientos nacionales, sobre todo en Europa y América del Norte, y se conectaron en Europa y más allá en la organización internacional Una Voce; los problemas de la reforma fueron también discutidos en periódicos, entre los que sobresale el alemán Una Voce Korrespondenz. En un resumen característico, el canadiense Precious Blood Banner de octubre de 1995 dice que cada vez se ve con más claridad que lo radical de los reformadores post-conciliares no consistió en renovar la liturgia católica desde sus raíces, sino en arrancarla de su terreno tradicional. No reelaboró el rito romano, como se le pidió que hiciera en la Constitución para la Liturgia del Vaticano II, sino que lo desarraigó.
Poco antes de su muerte, el bien conocido prior de Taizé, Max Thurian, un converso al catolicismo que fue antes calvinista, expuso su visión de la reforma en un largo artículo titulado "La liturgia como contemplación del Misterio" en "L´Osservatore Romano" (27-28 de mayo de 1996, pág. 9). Luego de una comprensible expresión de elogio al Concilio y a la Comisión de Liturgia, que se suponía que producirían los frutos más admirables, dice expresamente que la celebración contemporánea frecuentemente toma la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el silencio. El constante contrapunto entre los celebrantes y los fieles aísla a la comunidad en sí misma. Una celebración saludable, por otra parte, que otorga al altar una posición privilegiada, conduce el deber del celebrante, esto es, orientar a todos hacia el Señor y a adorar Su presencia, lo cual está representado en los símbolos y realizado en el Sacramento. Esto transmite a la liturgia ese soplo contemplativo sin el cual se transforma en una torpe discusión religiosa, una vacía actividad comunal y una especie de parloteo.
Thurian hace una cantidad de propuestas personales a la autoridad para el caso de una revisión de los ¨Principios y Normas para el uso del Missale Romanum¨ (se ve que él alimentaba la esperanza de que eso fuera posible) , que demuestran claramente su insatisfacción con los principios actuales. Bajo el título de ¨El sacerdote en el Servicio de la Liturgia¨, hace una serie de críticas distinguidas de la presente situación, que comparten prácticamente todos los severos reproches de esta reseña y que merecen un examen individual ...
sonales que no entendían porqué la Iglesia Romana insistía en cambiar la liturgia; no se debería hacer semejante cosa. La Iglesia Oriental, dijeron, debió el mantenimiento de su fe a su fidelidad a la tradición litúrgica y al sano desarrollo de ésta. También oí cosas similares de miembros del Patriarcado de Moscú, que atendieron a la comisión Vaticana de Historia durante el Congreso Histórico Internacional de Moscú en 1970.
Dos significativos informes más, del mundo de la gente común y menos educada, que expresan de la mejor manera el genuino sensus fidei de los hijos de Dios: dos jóvenes boy scouts de diez y doce años de la zona de Siena, que asisten a la llamada Misa Tridentina los sábados, basándose en el privilegio otorgado por el obispo de Siena, a mi pregunta intencionada de cuál misa les gustaba más, contestaron que desde que asistían a la antigua ya no disfrutaban de la nueva.
Un granjero, anciano y sencillo, que proviene de la zona pobre de Molise, me dijo espontáneamente que él solamente va a la misa tridentina de las seis de la mañana porque considera que el cambio en la liturgia es un cambio de la Fe que él quiere mantener.
Mons. Klaus Gamber, un sobresaliente experto que ya he mencionado, ha publicado informes estrictamente académicos, sobre todo su resumen "La Reforma de la Liturgia Romana", que fueron más o menos silenciados por la literatura oficial especializada, pero están siendo redescubiertos ahora por su penetrante claridad y visión interior. Llegó a la conclusión de que hoy estamos ante las ruinas de una tradición de 2000 años, y que se teme que como resultado de las incontables reformas la tradición esté sometida a una confusión tan vandálica que puede ser difícil revivirla. Uno casi no se atreve a preguntar si luego de este desmantelamiento podrá venir una reconstrucción del viejo orden.
ESPERANZAS. Aún así, no se debe perder la esperanza. En cuanto al desmantelamiento, vemos cómo se refleja con respecto a las órdenes dadas por el Concilio. Éstas dicen: no puede introducirse ninguna innovación a menos que lo demande el real y cierto beneficio de la Iglesia, y eso luego de precisa investigación teológica, histórica y pastoral. Sobre todo, cualquier cambio debe ser hecho de tal manera que las nuevas formas surjan orgánicamente de las ya existentes. Si esto sucedió o no, mis recuerdos pueden dar solamente un panorama limitado. Deberían mostrar, de todos modos, si los requerimientos teológicos y eclesiológicos esenciales se cumplieron en la reforma, por ejemplo, si la liturgia, y sobre todo su corazón, la Santa Misa, ordena lo humano a lo divino y subordinando lo primero a lo último, hace lo mismo con lo visible respecto a lo invisible, lo activo a lo contemplativo, el presente a la eternidad por venir; o si la reforma, por el contrario, ha frecuentemente subordinado lo divino a lo humano, el misterio invisible a lo que es visible, lo contemplativo a la participación activa, la eternidad por venir al mundano presente humano. Pero precisamente el siempre claro reconocimiento de la situación real refuerza la esperanza de una posible reconstrucción, la que el Cardenasl Ratzinger ve en un nuevo movimiento litúrgico que resucite la verdadera herencia del concilio Vaticano a un nueva vida ("La mia Vita", 1997, pág. 113 ).
UNA PERSEPECTIVA RECONFORTANTE. Termino con una perspectiva reconfortante: el Santo Padre reinante, Juan Pablo II, con la sensibilidad pastoral que lo distingue, manifestó su preocupación en un llamado de 1980 sobre los problemas que el cambio de liturgia creaban en la Iglesia Católica, pero no recibió respuesta de los obispos. Fue por eso que decidió, y ciertamente no a la ligera, emitir en 1984 un indulto apostólico para todos los que se sintieran apegados a la vieja liturgia, por las razones que he enfatizado y, sobre todo, porque las innovaciones litúrgicas, lejos de decrecer, continúan su escalada. Tuvo un éxito pastoral muy limitado porque fue enviado lógicamente a los obispos, en condiciones restringidas y librado a sus criterios.
Luego de la consagración no autorizada de obispos por el Arzobispo Lefebvre, ciertamente con la intención de evitar la extensión de un cisma, emitió el 2 de julio de l988 un nuevo motu proprio, Ecclesia Dei adflicta, en el que no solamente aseguraba a los miembros de la Sociedad San Pío X deseosos de reconciliarse en la Fraternidad de San Pedro la posibilidad de permanecer fieles a la antigua tradición litúrgica, sino que además dio a los obispos un privilegio muy generoso, que debía colmar los legítimos deseos de los fieles. Recomendó especialmente a los obispos que imitaran su generosidad hacia los fieles que se sienten apegados a las formas fijas de la liturgia y disciplina antiguas, y estableció que se debe respetar a todos aquellos que se sientan apegados a la antigua tradición litúrgica.
El texto –comprendido esta vez muy generosamente por los obispos– nos da confianza justificada de que el Papa, en sus esfuerzos por restablecer la unidad y la paz, no solamente no retardará, sino más bien continuará por la senda que nos muestra en los números 5 y 6 del motu proprio, con el fin de promover la legítima reconciliación entre la tradición indispensable y el desarrollo debido a los tiempos.
© MISA LATINA
fonte.Roma Aeterna