Benedictus XVI

Joseph Ratzinger

19.IV.2005

-

28.II.2013


Cardeal Joseph Ratzinger :“A verdade é que o próprio Concílio não definiu nenhum dogma e conscientemente quis expressar-se em um nível muito mais modesto, meramente como Concílio pastoral; entretanto, muitos o interpretam como se ele fosse o super dogma que tira a de todos os demais Concílios". (Cardeal Joseph Ratzinger, Alocução aos Bispos do Chile, em 13 de Julho de 1988, in Comunhão Libertação, Cl, año IV, Nº 24, 1988, p. 56).
Cardinal  Joseph  Ratzinger

FROM SELF-CRITICISM TO SELF-DESTRUCTION

"Certainly, the results [of Vatican II] seem cruelly opposed to the expectations of everyone, beginning with those of Pope John XXIII and then of Paul VI: expected was a new Catholic unity and instead we have been exposed to dissension which---to use the words of Paul VI---seems to have gone from self-criticism to self-destruction. Expected was a new enthusiasm, and many wound up discouraged and bored. Expected was a great step forward, and instead we find ourselves faced with a progressive process of decadence which has developed for the most part precisely under the sign of a calling back to the Council, and has therefore contributed to discrediting for many. The net result therefore seems negative. I am repeating here what I said ten years after the conclusion of the work: it is incontrovertible that this period has definitely been unfavorable for th Catholic Church."

L'Osservatore Romano (English edition),
24 December 1984

quinta-feira, 23 de agosto de 2012

LA REFORMA LITÚRGICA DEL VATICANO II : EN LOS ABUSOS LITÚRGICOS VIO PABLO VI EL HUMO DE SATANÁS EN LA IGLESIA

Es difícil olvidar el eco -inmenso, y no sólo irónico, sino a veces hasta rabioso- que suscitó Pablo VI con su alocución durante la audiencia general del 15 de noviembre de 1972. En ella volvía sobre lo que ya había expresado el 29 de junio precedente en la Basílica de San Pedro refiriéndose a la situación de la Iglesia: “¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?” Ésta es la pregunta que se hacía el Papa Pablo VI, algunos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, a la vista de los acontecimientos que sacudían a la Iglesia. “Se creía que, después del Concilio, el sol habría brillado sobre la historia de la Iglesia. Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes, la tempestad, las tinieblas, la incertidumbre.”

Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?
La respuesta de Pablo VI es clara y neta: “Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?”. Y el Papa precisa: “Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción”.

Ya ante aquellas primeras alusiones se levantaron en el mundo murmullos de protesta. Pero ésta explotó de lleno —durante meses y en los medios de comunicación del mundo entero— en aquel 15 de noviembre de 1972 que se ha hecho famoso: “El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”.
Tras añadir algunas citas bíblicas en apoyo de sus palabras, Pablo VI continuaba: “El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia sofísticamente el equilibrio moral del hombre, el pérfido encantador que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas acciones sociales, para introducir en nosotros la desviación…
El Papa lamentaba luego la insuficiente atención al problema por parte de la teología contemporánea: “El tema del Demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco estudiado”.

Sobre este tema, y obviamente en defensa de la doctrina repetidamente expuesta por el Papa, intervino también la Congregación para la Doctrina de la Fe con su documento de junio de 1975: “Las afirmaciones sobre el Diablo son asertos indiscutidos de la conciencia cristiana”; si bien, “la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática”, es precisamente porque parecía superflua, ya que tal creencia resultaba obvia “para la fe constante y universal de la Iglesia, basada sobre su principal fuente, la enseñanza de Cristo, y sobre la liturgia, expresión concreta de la fe vivida, que ha insistido siempre en la existencia de los demonios y en la amenaza que éstos constituyen”.
Un año antes de su muerte, Pablo VI volvió sobre este tema en otra audiencia general: “No hay que extrañarse de que nuestra sociedad vaya degradándose, ni de que la Escritura nos advierta con toda crudeza que “todo el mundo (en el sentido peyorativo del término) yace bajo el poder del Maligno”, de aquel al que la misma Escritura llama “el Príncipe de este mundo”.
El porqué incluimos estas dramáticas intervenciones de Pablo VI en el tema de la reforma litúrgica del Vaticano II y los abusos que posteriormente se dieron no es caprichoso ni inventado por nosotros, sino que la pista nos viene del cardenal Virgilio Noé, que trabajó por muchos años en la entonces Sagrada Congregación para los sacramentos y el Culto divino durante el pontificado del Pablo VI, llegando a ser secretario de dicho dicasterio, y después ya con Juan Pablo II fue arcipreste de la Basílica Vaticana hasta su jubilación. Pues bien, el anciano purpurado, ha hablado abiertamente, en una entrevista al portal Roma Petrus, sobre la famosa frase del Papa Montini acerca del humo de Satanás. En la entrevista también asegura que Pablo VI aceptó con sumo placer la reforma litúrgica que tuvo lugar tras el Vaticano II, pero vio con enorme preocupación la propagación de abusos litúrgicos que no respetaban dicha reforma.
El prelado ha comentado que el Papa Montini, por naturaleza era un hombre poco dado a la tristeza, acabó sus años muy triste por que la Curia le dejó solo a la hora de poner fin a dichos abusos. Noé asegura saber cuál era la intención de Pablo VI cuando afirmó que el “humo de satanás” había infiltrado la Iglesia Católica. El cardenal italiano asegura que el Papa se refería a “todos esos sacerdotes, obispos y cardenales que no adoraban correctamente a Dios al celebrar mal la Santa misa debido a una interpretación equivocada de lo que quiso implementar el Concilio Vaticano II. El Papa habló del humo de Satanás porque él sostenía que aquellos sacerdotes que convirtieron la Santa Misa en basura en nombre de la creatividad, en realidad estaban poseídos de la vanagloria y el orgullo del maligno. Por tanto, el humo de Satanás no era otra cosa que la mentalidad que quería distorsionar los cánones litúrgicos de la ceremonia eucarística”.
Añade además el Cardenal a este respecto: “Él condenaba la sed de protagonismo y el delirio de omnipotencia que siguieron a nivel litúrgico al Concilio. La Misa es una ceremonia sagrada, repetía con frecuencia, todo debe ser preparado y estudiado adecuadamente respetando los cánones, nadie es “dominus” de la Misa. Desgraciadamente, muchos, después del Vaticano II no lo han entendido y Pablo VI sufría viendo el fenómeno como un ataque del demonio.”

Mons. Brunero Gherardini: Il Vaticano II. Alle radici di un equivoco

un equivoco nelle radici

Il Vaticano II. Alle radici di un equivoco



Il Vaticano II. Alle radici di un equivocoRingrazio l'amico Piero Mainardi per averci fatto partecipi di questi brevi, ma significativi, testi tratti dal libro summenzionato di Mons. Brunero Gherardini.

‎"L'insistenza sull'ermeneutica riporta l'attenzione al linguaggio come strumento di comunicazione ... [questo problema] nacque dall'intento dei Padri conciliari d'adeguar il linguaggio evangelico e la dottrina della Chiesa alla mentalità dell'uomo contemporaneo, valorizzandone acquisizioni culturali ed aspirazioni largamente diffuse:' il desiderio di partecipazione, il senso della corresponsabilità, della solidarietà, della decisione personale, dell'interiorizzazione, della libertà religiosa, come pure della responsabilità dei laici, il ruolo della donna, l'attenzione verso i giovani, la ricerca universale della giustizia, della pace, dello sviluppo per tutti gli uomini' [cit. da H. Carrier, Il contributo del Concilio alla cultura, in Latourelle - a cura di - Vaticano II: bilancio e prospettive, venticinque anni dopo]- Con tale intento si pensava di attuare la sensibilità pastorale, che Giovanni XXIII aveva manifestato nel discorso d'apertura ... Da quel momento, cestinati per il loro linguaggio scolastico gli schemi predisposti dalla competente Commissione teologica che aveva potuto contare su un cardinal Ottaviani come presidente, sul padre Tromp come segretario, su 31 membri e 36 consultori - il meglio del mondo teologico d'allora - il Vaticano II prese subito quota sulle ali non della tradizione, ma della Nouvelle Théologie e dei suoi massimi esponenti ... precedentemente tacitati da Pio XII e dalla sua enciclica Humani generis ...

"... si pensò che la rinuncia al metodo e al linguaggio della Scolastica superasse il fissisimo della formula, il trionfalismo della verità posseduta, l'automatismo ed il rigorismo delle deduzioni in auge fino quel momento e si sperò che, grazie a tale rinuncia, d'andar incontro al mondo, alla sua cultura, alle sue attese su un piano di parità, comunicando per quanto possibile con lo stesso strumento, dialogando con la stessa metodologia. E nacque in tal modo mil tanto osannato linguaggio conciliare.
Che cosa sia, difficile dirlo. Le sue componenti non son poche, derivando le une dalla comunicazione biblico-patristica, le altre dal loro rapporto ... con la multiforme e pendula cultura del nostro tempo. Non si trattò d'un rapporto naturale: Sacra Scrittura e Padri della Chiesa non son legati al pensiero moderno e contemporaneo da nessuna parentela diretta. Il rapporto fu però stabilito perchè si voleva dimostrare quanto inutile e ingombrante fosse il linguaggio scolastico. Molto dipese da coloro che, o dall'interno coem 'periti', o dall'esterno come persuasori non sempre occulti e abilissimi agenti di pressione, riuscirono a far breccia nell'aula conciliare..."

" Una dimensione storica prese il sopravvento su quella speculativa e, soprattutto su quella Confessante. ... Cessò la teologia dall'alto come elaborazione di dati provenienti dalla Rivelazione e dal Magistero, ed emerse la teologia dal basso, dal 'posto ove noi viviamo' e dai problemi che son tutt'uno con questo posto e non con altri. Imperversò la categoria del 'mistero' di cui nessuno ignora l'importanza: ma il mistero, un poco alla volta tacitò la ragione. L'interesse per esso, invece di rispettarne la collocazione nella sfera del soprannaturale, gli aprì lo spazio riservato ai problemi temporali, alla loro attuale incidenza e contingenza storica ... Operando una mescolanza inaudita, nel mistero si lesse il coefficiente che avrebbe dovuto cambiare la qualità della vita e dei rapporti sociali, linguaggio compreso, e che, pertanto, esigeva un parallelo cambiamento del linguaggio teologico ...
Sì dichiarò guerra all' 'intellettualismo', accusandolo di falsificare Dio, il suo mondo e quello della Fede. In pari tempo si privilegiò la categoria dell'esperienza ... si proclamò ormai superata la fase del cristianesimo inculturato, per riconoscerlo implicito, ma vivo e vitale, in ogni anelito di giustizia, di bontà e di pace, qualunque fosse la sua matrice.
Quanto al cristianesimo della tradizione teologica, lo si prese con le pinze per analizzarlo in ogni suo particolare e liberarlo da qualunque dipendenza estranea. S'iniziò il suo ressourcement, la corsa alle origini, al fine di ritrovarvi il segreto di un cristianesimo vissuto semplice trasparente. S'intendeva con ciò disincagliare il discorso teologico dal suo incapsulamneto nella logica aristotelico-tomista ed agganciarlo all'esuberanza esperienziale del soggetto cristiano: il singolo e la comunità."

B. Gherardini, Il Vaticano II. Alle radici di un equivoco. pp.222-223-224-225
tratto da: http://tertiumnondatur.blogspot.it/2012/08/il-vaticano-ii-alle-radici-di-un.html

quarta-feira, 22 de agosto de 2012

Debate on the Second Vatican Council

Debate on the Second Vatican Council

The new book by Prof. Roberto de Mattei, entitled Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (The Second Vatican Council: a story which has never been told.)Vatican Council II. The story which was never told), by Lindau Editions, has been published in Italy in the past few days. An vigorous debate has ensued with the participation of distinguished apologists such as Francesco Agnoli, Mario Palmaro, Alessandro Gnocchi and Corrado Gnerre on the one hand, and the progressive historian Alberto Melloni, of the so-called Bologna school, and the moderate sociologist Massimo Introvigne. on the other. Prof de Mattei has himself taken part in the debate with his article published in the newspaper “Libero” on December 12, 2010.

Forty-five years have passed since the conclusion of the Second Vatican Council, the 21st such council in the history of the Church, but the problems arising from it remain alive and well. One of these problems is the relationship between the “letter” (the texts) and the “spirit” of the Council. These are advanced, respectively, by the two rival schools of continuity and discontinuity. The confrontation between these two schools, however, is in danger of becoming a dialogue of the deaf. The documents promulgated by Church authorities do not all have the same value, theologically speaking. If Benedict XVI expresses some opinions in an interview, as has happened in his latest book Light of the World, these should be received with great respect because they come from the Vicar of Christ. But regarding authoritative teaching, there is a difference between an interview and the definition of a dogma, since the former does not compel the assent of the faithful. The same can be said of a Council like Vatican II, which, as a solemn gathering of bishops united with the Pope, proposed authentic teachings that certainly do not lack authority. But only someone who ignores theology could attribute a level of “infallibility” to these teachings. Not all Catholics know that Papal infallibility applies only to rare, solemn pronouncements on matters of faith and morals, and many more non-Catholics do not understand this either.
A Council has the authority that the Pope who convokes and leads it would like to attribute to it. All the pronouncements of Popes John XXIII and Paul VI before, during and after Vatican II emphasise its non-dogmatic and pastoral dimension. Benedict XVI attributes to it the same pastoral and non-definitive intent and yet the “hermeneutic of continuity” he advocates is completely misunderstood by many Catholics, progressives and conservatives alike. The affirmation that Vatican II is in continuity with the Church’s Magisterium obviously presupposes the existence of some doubts and ambiguities in Council documents which therefore require some interpretation. For Benedict XVI, the criterion of interpreting such passages cannot be other than the Church’s Tradition, as he himself has repeated many times. If one agrees, on the other hand, with those such as the followers of the website “Viva il Concilio” (“Long Live the Council”) that Vatican II created a hermeneutical criterion for re-interpreting tradition, this would be paradoxically to attribute interpretative force to something that needs to be interpreted. To interpret tradition in the light of Vatican II, instead of the other way around, would be possible only if the position of Alberigo (the author of a very substantial 5 volume History of Vatican II) is accepted, which gives interpretative value not to the “letter” or the texts, but to the “spirit” of the Council. This is not, however, Benedict XVI’s position, which is critical of the hermeneutic of discontinuity precisely because it attributes primacy to the spirit , not the texts. Msgr. Gherardini, professor emeritus of Ecclesiology at the Lateran University, in his volume Concilio Vaticano II. Un discorso da fare (2009) has developed well the correct criterion of theological hermeneutics. Either one claims, as Gherardini does, that the Council’s doctrines are not compatible with previous definitions, and that they are neither infallible nor unchangeable and therefore not binding, or one assigns to the Council an authority that obscures the previous twenty councils of the Church, abrogating or replacing all of them. On this last point there does not seem to be a difference between the historians of the Bologna school, as Professor. Alberto Melloni, and sociologists such as Massimo Introvigne who seem to attribute infallibility to Vatican II.
There is also a second problem that goes beyond the question of the continuity or discontinuity of the Council texts, and it is not so much about theology as about history. It is the theme I wanted to tackle in my recent book Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (Editore Lindau). I have not attempted to undertake a theological reading of the Council documents, in the sense of wanting to assess whether they are in conformity or not with the Church’s Tradition, but I have tried instead to give a historical account of all that happened in Rome between October 11, 1962 and December 8, 1965. It is a work that complements theological studies and should not cause anyone to worry. It is impossible to understand the alarmist reactions of those who fear this history will be grist to the mill of the hermeneutic of discontinuity. Would this be a good reason for not writing the history of Vatican II? Should its history be left entirely in the hands of the Bologna school, which has made scientifically valuable but ideologically tendentious contributions? If elements of discontinuity were to emerge at the historical level, why should we fear bringing them to light? How can one deny a discontinuity, if not in the content then at least in the new language of Vatican II? A language which consists not only of words but also of silences, gestures and omissions can reveal the deeper currents of an event even more than the content of a speech. The history of the unexplainable silence about Communism on the part of a Council that should have been concerned with the facts of the world cannot, for example, be ignored.
The historian who has this task cannot isolate the texts of Vatican II from the historical context in which they were produced, because it is precisely the context, and not the texts, with which the historian is concerned. In the same way, the Second Vatican Council cannot be presented as an event that was born and died in the space of three years without considering the deep roots, and the equally deep consequences, that are also found in the Church and in society.
Separating the Council from the post-conciliar period is as unsustainable as separating the conciliar texts from their pastoral context. No serious historian, still less a person of common sense, could accept this artificial separation, which is born more from a partisan position more than from a calm and objective evaluation of the facts. Today we are still living with the consequences of the “Conciliar revolution” that anticipated and accompanied the revolution of 1968. Why hide it? As Leo XIII said when he opened the Vatican Secret Archives to scholars, the Church “must not fear the truth.”
Roberto de Mattei
http://www.lepantofoundation.org/2011/obawa-przed-asyzem/

Dark clouds forming before Vatican II

Dark clouds forming before Vatican II
Vatican II: “the Council that has brought forth discord, disunity, and the loss of souls”

"I repeat, My children, as I have told you in the past, that the great Council of Vatican II was manipulated by satan. He sat there among you and he worked you like a chessboard.

"What can you do now to recover? It is simple, My children: turn back and start over with the foundation given to you. You must bring respect back to your priesthood. You must bring respect back to your Holy Father...!" - Our Lady of the Roses, May 15, 1976

(grateful acknowledgements to Fr. Paul Kramer for his book, The Devil’s Final Battle, from which many of the following quotations are taken).
Dark clouds forming before Vatican II...
Cardinal Ratzinger (now Pope Benedict) stated in 1988 that many people treat Vatican II as “a new start from zero,” as if this one Council could by itself redefine Catholicism:
The Second Vatican Council has not been treated as part of the entire living tradition of the Church, but as an end of Tradition, a new start from zero. The truth is that this particular Council defined no dogma at all, and deliberately chose to remain on a modest level, as a merely pastoral council; and yet many treat it as though it had made itself into a sort of super dogma which takes away the importance of all the rest. (1988 address to the bishops of Chile)
Cardinal Ratzinger lamented in 1984:
I am repeating here what I said ten years after the conclusion of the work: it is incontrovertible that this period [following Vatican II] has definitely been unfavorable for the Catholic Church.
The revolution unleashed within the Church at Vatican II started many years before the Council. Fr. Paul Kramer in his book, The Devil’s Final Battle, mentions that the currents of modernism started to grow stronger again in the reign of Pope Pius XI. Well before Vatican II, Pope Pius XI asked his Cardinals if it was prudent to summon a Church Council. Fr. Kramer writes, “Father Raymond Dulac relates that at the secret consistory of May 23, 1923, Pope Pius XI questioned the thirty Cardinals of the Curia on the timeliness of summoning an ecumenical council.... The Cardinals advised against it. Cardinal Billot warned, ‘The existence of profound differences in the midst of the episcopacy itself cannot be concealed.... [They] run the risk of giving place to discussions that will be prolonged indefinitely.”[1]
And this was in 1923!
Cardinal Billot warned that such a council could be “maneuvered” by “the worst enemies of the Church, the modernists, who are already getting ready, as certain indications show, to bring forth the revolution in the Church, a new 1789.”[2]
The cardinals who advised Pope Pius XI against calling a Church Council at that time were aware of the writings of the excommunicated Canon Roca (1830-1893), who preached revolution and Church “reform,” and also predicted a future change in the liturgy: “[T]he divine cult in the form directed by the liturgy, ceremonial, ritual and regulations of the Roman Church will shortly undergo a transformation at an ecumenical council, which will restore to it the venerable simplicity of the golden age of the Apostles in accordance with the dictates of conscience and modern civilization.”[3]
With Roca’s writings in mind, as well as the growing currents of modernism, the wise cardinals could foresee that the enemies of the Church could use a Council as a weapon to introduce revolution into the Church and her liturgy. The enemies of the Church bided their time, waiting for a Pope that could be maneuvered enough to provide a window for the assault and revolution within. The time came with the arrival of Pope John XXIII:
At the news of the death of Pius XII, the old Dom Lambert Beauduin, a friend of Roncalli’s (the future John XXIII) confided to Father Bouyer: “If they elect Roncalli, everything would be saved; he would be capable of calling a council and of consecrating ecumenism.”[4]
Pope Pius IX declared on June 18, 1871: “That which I fear is not the Commune of Parish—no—that which I fear is Liberal Catholicism ... I have said so more than forty times, and I repeat to you now, through the love that I bear you. The real scourge of France is Liberal Catholicism, which endeavors to unite two principles as repugnant to each other as fire and water.”[5]
As Our Lady of the Roses told us:
"My Son, His heart is torn asunder by His representatives in the priesthood who now are Judases in His own House. They consort with the enemies of your God. In the manner of humanism and modernism, and an ecumenism that has been designed from hell, man now is plunging fast into making ready the full capitulation of My Son's Church and the world under a dictatorship of evil.” (Our Lady, November 22, 1976)
In 1959 it was announced that the Vatican II Council would be convoked. Just a year later, on February 8, 1960, the Vatican announced that the real Third Secret would not be released and that “it is most probable that the ‘Secret of Fatima’ will remain forever under absolute seal.” (A.N.I. news service, February 8, 1960)
It is very interesting to note that the decision to call Vatican II occurred in 1959, and the suppression of the Third Secret the year after in 1960. Sister Lucy was also silenced in 1960. Why did the Third Secret and Sister Lucy have to be silenced, and was there a correlation with what would take place during and after Vatican II? Did Our Lady of Fatima warn against the new orientation of Vatican II and the post-conciliar period, and therefore the enemies of the Church had to silence the Fatima message?
Some history on the Third Secret is necessary to understand why the year 1960 was significant. In 1946, Sister Lucy was asked when the Third Secret would be revealed to the world, and without hesitation she said, "In 1960." In 1955 Cardinal Ottaviani asked her why it was not to be opened before 1960. She told him, "because then it will seem clearer (mais claro)." Sister Lucy had made the Bishop of Fatima-Leiria promise that the Secret would be read to the world at her death, but in no event later than 1960, "because the blessed Virgin wishes it so." And from Canon Barthas: "Moreover, it [the Third Secret] will soon be known, since Sister Lucy affirms that Our Lady wills that it can be published beginning in 1960." (Read more…)
As noted above, the real Third Secret was not released in 1960, against the express command by Heaven. Could Sister Lucy’s comment that the Third Secret would “seem clearer (mais claro)" in 1960 and after be due to some profound revolution within the Church at that time?
Fr. Alonso, the official archivist of Fatima and one of the greatest Fatima scholars in the world, wrote the following about the Third Secret:
“It is therefore completely probable that the text (of the third Secret) makes concrete references to the crisis of faith within the Church and to the negligence of the pastors themselves.” He speaks further of “internal struggles in the very bosom of the Church and of grave pastoral negligence by the upper hierarchy,” of “deficiencies of the upper hierarchy of the Church.”
Cardinal Oddi has perhaps the best quote tying the Third Secret to the Vatican II revolution:
“What happened in 1960 that might have been seen in connection with the Secret of Fatima? The most important event is without a doubt the launching of the preparatory phase of the Second Vatican Council. Therefore I would not be surprised if the Secret had something to do with the convocation of Vatican II... I would not be surprised if the Third Secret alluded to dark times for the Church; grave confusions and troubling apostasies within Catholicism itself ... If we consider the grave crisis we have lived through since the Council, the signs that this prophecy has been fulfilled do not seem to be lacking ...” (March 17, 1990 interview published in Il Sabato magazine in Rome)

Il libro di Roberto de Mattei, "Il concilio Vaticano II. Una storia mai scritta". Racconto magistrale, svolta storica

 

Il libro di Roberto de Mattei, "Il concilio Vaticano II. Una storia mai scritta". Racconto magistrale, svolta storica





A proposito del libro di Roberto de Mattei, Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta, Lindau, Torino 2010




Racconto magistrale, svolta storica

di Alessandro Gnocchi e Mario Palmaro

Pare strano perché è la prima volta che accade, ma, dopo dei cenni di vulgata progressista sul Vaticano II e il suo spirito, l'effetto è innegabilmente benefico: saliti in cima alle 632 pagine del saggio di Roberto de Mattei, si può finalmente guardare negli occhi da pari a pari la decennale produzione sull'argomento messa in circolazione dalla scuola di Bologna.

Nello studio dello storico romano ci sono documenti, metodo e criteri per misurarsi senza complessi di inferiorità con quella gioiosa macchina da guerra storiografica che, guidata prima da Giuseppe Alberigo e poi da Alberto Melloni, aveva prodotto fino a oggi l'unica seria e organica ricostruzione del fenomeno conciliare. Ricostruzione tendenziosa, ideologica e persino eversiva, certo, ma fatta da gente che il mestiere di storico, innegabilmente, lo conosce bene.


Oltre quarant'anni dopo la chiusura del concilio e davanti alle macerie fumanti della nuova Pentecoste, questo merito varrebbe da solo l'impegno di leggere il saggio di De Mattei. Ma non è il solo perché, man mano si scorrono pagine e capitoli, si fanno più chiari i termini di un dibattito ben lontano dall'essere concluso con la semplice recezione del concetto di "ermeneutica della continuità" che illude tante anime belle ma poco pratiche di mondo.

Il discorso alla curia con cui, nel 2005, Benedetto XVI ha parlato della contrapposizione tra due ermeneutiche del concilio, lungi dall'aver chiuso il discorso, ha di fatto aperto il confronto tra due visioni inconciliabili della chiesa. L'opera storica di De Mattei si pone autorevolmente in questo agone, accanto a quella filosofica di un Romano Amerio e a quella teologica di un Brunero Gherardini.

E, dopo averla letta senza paraocchi, riesce difficile immaginare che, nello scontro dichiarato con la scuola progressista, possano rimanere in piedi quelle vie di mezzo lacerate tra la constatazione del disastro e l'ossessiva ripetizione del mantra secondo cui la ragione della crisi consisterebbe nella mancata applicazione integrale del concilio.

Alla luce dei fatti narrati in quest'opera, risulta fin troppo evidente che la "continuità" c'è o non c'è, nonostante il tentativo di negare l'esistenza di una vera rottura, almeno in alcuni passaggi dei testi conciliari. De Mattei mostra con perizia che i problemi di stesura e di lettura dei testi conciliari nascono ben prima dell'assise vaticana e sono frutto di un teologia e di una filosofia votate alla "rottura" con il passato.

Finalmente siamo davanti alla contesa tra chi sostiene che, se il Vaticano II ha un difetto, è quello di non essere addirittura un Vaticano III e chi sostiene che, se di difetto si tratta, è quello di averne poste le premesse. Piaccia o non piaccia, questo è il terreno della contesa e questa è la materia del contendere. Ma sbaglierebbe chi conferisse alle due posizioni una valutazione speculare del concilio inteso come "rottura", vista in senso positivo o in senso negativo a seconda delle lenti utilizzate.

Lo è effettivamente e dichiaratamente nella lettura progressista, dove il concilio viene inteso come "evento" fondante della "nuova Pentecoste". Ma De Mattei, pur mettendo in evidenza pericolose spinte eversive dentro e fuori l'aula conciliare, non parla mai di un soggetto ìn qualche modo nuovo: togliendo dal suo orizzonte storiografico il concetto mitico di "evento conciliare", elimina automaticamente quello di "nuova chiesa".

Le due valutazioni non sono speculari poiché non si tratta solo di sostituire un segno meno là dove altri messo avevano un segno più, in quanto i soggetti presi in considerazione sono diversi per natura: una chiesa completamente nuova secondo la scuola di Bologna, quella di sempre secondo lo storico romano.

Questo studio segna dunque una svolta storica: il passaggio dall'era mitologica alla stagione della critica razionale. Pertanto non teme di documentare l'esistenza di posizioni divergenti e di tensioni che hanno dilaniato i lavori conciliari, troppo a lungo occultate da mani pietose. Sotto la lente dello storico emerge così un paradosso curioso e drammatico: quella "nouvelle teologie" che aveva lavorato per demitizzare i testi sacri e per eliminare dalla filosofia la metafisica di Aristotele e Tommaso, negli anni Sessanta individuò nel Concilio Vaticano II l’unico evento metafisico nella storia della Chiesa.
In questa prospettiva, sarà molto più difficile continuare a conservare l’immagine idilliaca di un evento che fu, stando ai fatti descritti, il terreno di uno scontro terribile. Ovviamente, questa constatazione non toglie nulla al carattere autorevole della ventunesima assise ecumenico nella storia della Chiesa. Ma rimane l’evidenza dei fatti con cui bisogna fare i conti. L’autore riporta le lettere allarmate a Paolo VI nelle quali il cardinale Siri denuncia la piega presa da alcune commissioni conciliari, mette a confronto i documenti con cui Pio XI e Pio XII vietano ai cattolici di partecipare a incontri di preghiera ecumenici con le nuove tendenze emergenti dal concilio… E così via per pagine e pagine, in fondo alle quali sorge una legittima e onesta domanda: l’errata interpretazione dei testi del Concilio è sufficiente a spiegare la vastità e la profondità della crisi della Chiesa? Il professore non risponde, ma aggiunge una considerazione di logica elementare: “L’esistenza di una pluralità di ermeneutiche attesta peraltro una certa ambiguità o ambivalenza dei documenti”. Il che non significa impallinare l’enunciazione dell’esigenza di un’ermeneutica della continuità. Tanto è vero che c’è chi, da tempo, la pensa autorevolmente così: “I risultati che hanno seguito il Concilio sembrano crudelmente opporsi alle attese di tutti, a cominciare da quelle di Giovanni XXIII e di Paolo VI (…) ci si aspettava un balzo in avanti, e ci si è invece trovati di fronte a un processo progressivo di decadenza (…) La Chiesa del dopo Concilio è un grande cantiere; ma è un cantiere dove è andato perduto il progetto e ciascuno continua a fabbricare secondo il suo gusto”. Firmato cardinale Joseph Ratzinger, 1985.

[Fonte: Il Foglio del 7 dicembre 2010]

O “debate crítico” que a hierarquia não quer realizar. Recensão à obra “Concilio Vaticano II, il discorso mancato” de Monsenhor Brunero Gherardini.

    
Por Paolo Pasqualucci | Tradução: Gederson Falcometa
No presente ensaio, o Autor explica de modo claro e exaustivo, evitando as polêmicas inúteis e limitando-se a pontualizar sobriamente as inexatidões de certas críticas superficiais, os motivos pelos quais acredita ser seu dever continuar o “debate crítico” por ele começado sobre o Concílio Vaticano II (1962-1965) a partir da sua monografia de 2009 (Concílio Ecumênico Vaticano II. Um debate a ser feito, Casa Mariana Ed., Frigento, 2009), já traduzida nas principais línguas europeias (Ndt.: Também em português aqui); seguida em 2010 por uma outra não menos importante sobre o conceito de Tradição da Igreja (“Quod et tradidi vobis”. A tradição, vida e juventude da Igreja, Collana ‘Divinitas’ n.4, Cidade do Vaticano, 2010). A proposta do “discurso a ser feito”, destinado em primeiro lugar ao vértice da Igreja, embora destacando amplo interesse dentro e fora do âmbito eclesial, encontrou até agora uma difundida quanto preconcebida hostilidade por parte do fronte midiático coligado à oficialidade vaticana. O debate “a ser feito” não foi recebido, está “ausente”. Trata-se, então, de reiterar os temas do “debate [até agora] a ser feito”. Temas que contêm o significado a atribuir ao Vaticano II, a começar pelo seu famoso “espírito”.
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Vaticano II, un Concilio pastorale. Mons. Brunero Gherardini




DOCUMENTOS DO CONCÍLIO VATICANO II



COSTITUTIONES







DECLARATIONES





DEC

RETA

  • Ad Gentes


  • Presbyterorum Ordinis


  • Apostolicam Actuositatem


  • Optatam Totius


  • Perfectae Caritatis


  • Christus Dominus


  • Unitatis Redintegratio


  • Orientalium Ecclesiarum


  • Inter Mirifica