Es  difícil olvidar el eco -inmenso, y no sólo irónico, sino a  veces hasta  rabioso- que suscitó Pablo VI con su alocución durante la  audiencia  general del 15 de noviembre de 1972. En ella volvía sobre lo  que ya  había expresado el 29 de junio precedente en la Basílica de San  Pedro  refiriéndose a la situación de la Iglesia: “¿Cómo se ha podido  llegar a esta situación?”  Ésta es la pregunta que se hacía el Papa  Pablo VI, algunos años  después de la clausura del Concilio Vaticano II,  a la vista de los  acontecimientos que sacudían a la Iglesia. “Se  creía que, después  del Concilio, el sol habría brillado sobre la  historia de la Iglesia.  Pero en lugar del sol, han aparecido las nubes,  la tempestad, las  tinieblas, la incertidumbre.”
Sí, ¿cómo se ha podido llegar a esta situación?
La respuesta de Pablo VI es clara y neta: “Una potencia hostil ha intervenido. Su nombre es el diablo, ese ser misterioso del que San Pedro habla en su primera Carta. ¿Cuántas veces, en el Evangelio, Cristo nos habla de este enemigo de los hombres?”. Y el Papa precisa: “Nosotros creemos que un ser preternatural ha venido al mundo precisamente para turbar la paz, para ahogar los frutos del Concilio ecuménico, y para impedir a la Iglesia cantar su alegría por haber retomado plenamente conciencia de ella misma, sembrando la duda, la incertidumbre, la problemática, la inquietud y la insatisfacción”.
Ya ante aquellas primeras alusiones se levantaron en el mundo murmullos de protesta. Pero ésta explotó de lleno —durante meses y en los medios de comunicación del mundo entero— en aquel 15 de noviembre de 1972 que se ha hecho famoso: “El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehúsa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”.
Tras añadir algunas citas bíblicas en apoyo de  sus palabras, Pablo VI continuaba: “El  Demonio es el enemigo número  uno, es el tentador por excelencia.  Sabemos que este ser oscuro y  perturbador existe realmente y sigue  actuando; es el que insidia  sofísticamente el equilibrio moral del  hombre, el pérfido encantador que  sabe insinuarse en nosotros por medio  de los sentidos, de la fantasía,  de la concupiscencia, de la lógica  utópica, o de las confusas acciones  sociales, para introducir en  nosotros la desviación… “
El Papa lamentaba luego la insuficiente atención al problema por parte de la teología contemporánea: “El tema del Demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco estudiado”.
El Papa lamentaba luego la insuficiente atención al problema por parte de la teología contemporánea: “El tema del Demonio y la influencia que puede ejercer sería un capítulo muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco estudiado”.
Sobre  este tema, y obviamente en defensa de la doctrina  repetidamente expuesta  por el Papa, intervino también la Congregación  para la Doctrina de la  Fe con su documento de junio de 1975: “Las afirmaciones sobre el  Diablo son asertos indiscutidos de la conciencia cristiana”; si  bien, “la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca  objeto de una declaración dogmática”, es precisamente porque  parecía superflua, ya que tal creencia resultaba obvia “para  la fe  constante y universal de la Iglesia, basada sobre su principal  fuente,  la enseñanza de Cristo, y sobre la liturgia, expresión concreta  de la fe  vivida, que ha insistido siempre en la existencia de los  demonios y en  la amenaza que éstos constituyen”.
Un año antes de su  muerte, Pablo VI volvió sobre este tema en otra audiencia general: “No   hay que extrañarse de que nuestra sociedad vaya degradándose, ni de  que  la Escritura nos advierta con toda crudeza que “todo el mundo (en  el  sentido peyorativo del término) yace bajo el poder del Maligno”, de   aquel al que la misma Escritura llama “el Príncipe de este mundo”.
El  porqué incluimos estas dramáticas intervenciones de Pablo VI  en el  tema de la reforma litúrgica del Vaticano II y los abusos que   posteriormente se dieron no es caprichoso ni inventado por nosotros,   sino que la pista nos viene del cardenal Virgilio Noé, que trabajó por   muchos años en la entonces Sagrada Congregación para los sacramentos y   el Culto divino durante el pontificado del Pablo VI, llegando a ser   secretario de dicho dicasterio, y después ya con Juan Pablo II fue   arcipreste de la Basílica Vaticana hasta su jubilación. Pues bien, el   anciano purpurado, ha hablado abiertamente, en una entrevista al portal   Roma Petrus, sobre la famosa frase del Papa Montini acerca del humo de   Satanás. En la entrevista también asegura que Pablo VI aceptó con sumo   placer la reforma litúrgica que tuvo lugar tras el Vaticano II, pero  vio  con enorme preocupación la propagación de abusos litúrgicos que no   respetaban dicha reforma.
El prelado ha comentado que el   Papa Montini, por naturaleza era un hombre poco dado a la tristeza,   acabó sus años muy triste por que la Curia le dejó solo a la hora de   poner fin a dichos abusos. Noé asegura saber cuál era la intención de   Pablo VI cuando afirmó que el “humo de satanás” había infiltrado la   Iglesia Católica. El cardenal italiano asegura que el Papa se refería a “todos   esos sacerdotes, obispos y cardenales que no adoraban correctamente a   Dios al celebrar mal la Santa misa debido a una interpretación   equivocada de lo que quiso implementar el Concilio Vaticano II. El Papa   habló del humo de Satanás porque él sostenía que aquellos sacerdotes  que  convirtieron la Santa Misa en basura en nombre de la creatividad,  en  realidad estaban poseídos de la vanagloria y el orgullo del maligno.  Por  tanto, el humo de Satanás no era otra cosa que la mentalidad que  quería  distorsionar los cánones litúrgicos de la ceremonia eucarística”.
Añade además el Cardenal a este respecto: “Él  condenaba la sed  de protagonismo y el delirio de omnipotencia que  siguieron a nivel  litúrgico al Concilio. La Misa es una ceremonia  sagrada, repetía con  frecuencia, todo debe ser preparado y estudiado  adecuadamente respetando  los cánones, nadie es “dominus” de la Misa.  Desgraciadamente, muchos,  después del Vaticano II no lo han entendido y  Pablo VI sufría viendo el  fenómeno como un ataque del demonio.” 
Fuente  : www.historiadelaiglesia.org

 


 


















